En los últimos años se ha publicado una cascada de libros sobre la decadencia y tal vez el final de la era democrática-liberal en el mundo. Parece haber un consenso intelectual en torno del cambio de valores políticos de nuestra época.
No obstante, muchos de quienes argumentaron esto suponían que la crisis de la democracia liberal implicaba también un indicio del declive del imperio norteamericano.
Puesto que, al menos discursivamente, EU defendió durante décadas la promoción de la democracia en el mundo, se decía que el fin de la democracia representaba el final de la hegemonía norteamericana.
Este año nos ha dejado ver que no es verdad. De manera simultánea al progresivo desmantelamiento de la democracia liberal en Estados Unidos, el gobierno de Donald Trump anotó dos golazos este año. El primero, el bombardeo y la muy probable destrucción del arsenal nuclear de Irán sin consecuencias bélicas reales para EU (hasta ahora). El segundo, el plan de paz en Gaza que, sea como sea, avanzó sustancialmente esta semana. Es decir que, a diferencia de lo que muchos analistas insinuaban, Trump se desinteresa por las metas convencionales de avance de la democracia liberal, pero no renuncia al papel de superpotencia para su país.
Ya se ha dicho muchas veces que el poderío militar norteamericano es incomparable y que su fuerza económica, sustentada en el dólar como moneda de referencia, lo vuelve una potencia invencible en ese terreno. No obstante, la capacidad de imponer sus objetivos en la escena internacional demostrada este año con los dos ejemplos arriba citados exhibe que el trumpismo no está tan desentendido del mundo como se creía. Más bien, parece tener en efecto la intención de rediseñar el sistema internacional con arreglo a los intereses estadunidenses, mas no los mismos que regían su entorno ideológico durante el siglo XX.
Poder duro
Estados Unidos avanza con Trump hacia una búsqueda de la hegemonía más parecida a la de siglos anteriores al XX, con arreglos entre las potencias militares para delimitar sus respectivas esferas de influencia. No es que ya no quiera ser líder internacional: es que ya no le interesa el liderazgo de las democracias o títulos como “líder del mundo libre”. Le basta la supremacía incontestable en los terrenos del poder duro, sin consideración alguna por ideales de otro tipo.
Todo parece indicar que al electorado estadunidense esto no le molesta. De suyo, más bien parece lo contrario. Hartos como estaban de los proyectos norteamericanos de invadir países lejanos para instalar “democracias”, los votantes ya no quieren perder vidas de amigos y familiares, ni tampoco dinero en aventuras para salvar al mundo.
Simplemente quieren seguir siendo los más poderosos para sentirse seguros en sus fronteras y estilos de vida. Trump les ofrece, cuando menos a nivel retórico, satisfacer esa aspiración.
Desde luego, esto supone importantes implicaciones para México, algunas de las cuales ya hemos visto en estos meses. A EU no le interesa en absoluto el sistema político prevaleciente en nuestro país, pero sí le interesa que el gobierno constituido se alinee con sus intereses y le ayude a combatir las amenazas a su seguridad. Si el gobierno mexicano se rehúsa a complacer a Trump en esto, habrá consecuencias de poder duro.
Entonces, no nos confundamos. Los valores liberales van de salida pero el poderío estadunidense sigue vigente.