LA CRISIS MUNDIAL DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

“Restaurar la seriedad de la vida pública”.

Partidos políticos

El año pasado se publicó el libro Politics on the Edge, de Rory Stewart, uno de los políticos e intelectuales más sobresalientes de la escena inglesa contemporánea. Ahí, Stewart, discípulo destacado de Michael Ignatieff, describe su trayectoria política como gobernador de Afganistán después de la intervención del 11 de septiembre, su paso por el Parlamento británico, su paso como ministro en el gobierno de Theresa May, su tentativa de convertirse en líder nacional del Partido Conservador y hasta el intento de llegar a la alcaldía de Londres.

Todo esto a la vez que observa la degradación y decadencia de su partido, uno de los más antiguos del mundo, conforme se apoderan de él las fuerzas del populismo y la frivolidad mediática.

La pérdida de seriedad intelectual y política del partido corre pareja con el crecimiento del movimiento en favor del Brexit y el ascenso de una figura como la de Boris Johnson hasta los más altos niveles de la política británica.

Stewart describe todo esto como una combinación de factores locales entroncados con un entorno internacional francamente adverso a la sensatez, la moderación y en general los valores conciliadores de la democracia liberal tradicional.

Lo más triste es ver cómo la política va marginando no a Rory, sino a todas las figuras como él, los profesionales de la vida política como se entendía en otro tiempo, y en su lugar aparecen personajes salidos de la notoriedad de las redes sociales, de la estridencia mediática y del radicalismo enardecedor de los mítines.

No hay lugar para la serenidad en la históricamente serena y pérfida Albión. Stewart se da cuenta que lo mismo en el gobierno que en el trabajo parlamentario se privilegian la improvisación, la ocurrencia y hasta el efectismo por encima de la planeación y el trabajo profesional que en otro tiempo caracterizó la democracia parlamentaria.

Desazón

La frivolidad de sus dirigentes y jefes conduce a Stewart a renunciar a la política partidista, pues ya no ve espacio en ella para perfiles como el suyo. No se trata de que sea impopular, sino de que no hay lugar para la reflexión y la deliberación concienzuda en la esfera pública.

Aunque el libro está contado con el tradicional humor británico, uno experimenta cierta desazón permanente durante su lectura, la preocupación de saber que los pueblos están poniendo su destino en manos de dirigentes que son todo menos gente seria.

No estamos hablando de un político ni de un partido de izquierda radical, convencionalmente indisciplinada y sofista. Hablamos de uno de los partidos políticos más antiguos y serios del planeta, con mayor experiencia de gobierno en toda la Tierra. Y, sin embargo, ha caído presa de todos los males de nuestro tiempo. Lo cual, en mi opinión, significa que el modelo de partido político como se ha entendido durante los últimos dos siglos ya no es adecuado para nuestro tiempo.

Si una tradición parlamentaria tan añeja como el Reino Unido ha caído bajo el yugo y las malas prácticas del populismo internacional, qué se puede esperar para países como el nuestro.

La condición indispensable para restaurar la seriedad de la vida pública será la atracción nuevamente de perfiles como el de Stewart, no su rechazo por los grandes partidos. Conviene empezar a estudiar esto de nuevo.

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