CUENTOS PARA LA NAVIDAD (3)

Frankenstein
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9. El Quijote sin mancha

En un lugar de La Mancha, del cual ni me acuerdo, Alonso Quijano y su fiel compañero, el regordete Sancho Panza, que le hace honor a su apellido por tanta cerveza y vino, deciden irse de farra a un bar de mala muerte. Entre copas y canciones acaban hasta altas horas de la madrugada. Alonso ve un molino y lo confunde con gigantes peligrosos; es entonces cuando su amigo vomita todo el alcohol y los huevos rotos que comieron en el hostal; lo hace frente a Alonso y lo baña del líquido amarillo y viscoso. Quijano no logra vencer al molino, pues está bañado en el vómito de Sancho. Cuando finalmente Alonso llega a su casa, Dulcinea echa a lavar la ropa con un poderoso detergente, mientras lo mete a bañar con agua fría. Al salir del baño ya tiene su ropa limpia, impecable; abre uno de sus libros favoritos de caballería y se dispone a leer. Se queda dormido.

10. La última y nos vamos

Tristán Carnales, aquel policía ojete, tiene una cita con el destino. Trae sus dos armas bien cargadas; una en su sobaquera Balenciaga y la otra en la pantorrilla. Viaja en su coche y maneja despacio. No tiene prisa. Llega a su destino, se baja del auto, desenfunda las dos pistolas, la Glock de 17 tiros y la Bulldog .38, herencia de su papá.

Camina lento por el pasillo. Una luz roja de un motel de paso, que titila, hace ver de repente a Tris como que lo lleva el diablo. Al final del corredor encuentra un espejo grande. Se observa solo un instante en el espejo y dispara.

11. Frankenstein en la Condesa

Víctor Frankenstein —que ahora no era doctor suizo ni nada de eso, sino un freelancer mamador que vivía en la Condesa y presumía su coworking en Instagram— llevaba meses encerrado intentando crear “la obra definitiva”. Según él era arte transhumanista, pero todos sabíamos que solo quería likes. En su departamento, entre plantas secas, velas aromáticas de 800 pesos y su gato vegano llamado Tesla, logró lo impensable: darle vida a una criatura hecha con pedazos que consiguió en Mercado Libre, un tutorial de YouTube y una batería externa de 20 mil mAh. Cuando por fin despertó, el monstruo abrió los ojos y dijo con voz temblorosa:

—¿Esto es… Ciudad de México? ¿Por qué huele a tacos y ansiedad?

Víctor, orgulloso, le tomó una foto para subirla a sus stories.

—Te voy a llamar Franki. Eres mi creación, mi obra maestra.

Franki se miró al espejo. Medía dos metros, tenía cicatrices, un pecho de gimnasio y una quijada que ya quisieran los actores de Televisa. Fue cuestión de minutos para que entendiera algo:

Víctor… soy gay. Pero gay, gay. De los que lloran en bodas, aunque no conozcan a nadie.

Víctor se atragantó con su cold brew.

—¿Cómo sabes?

—Porque acabo de revivir y lo primero que pensé fue: “Necesito exfoliarme y ver RuPaul”.

Desde ese día los problemas empezaron. Franki lloraba por TODO. Si veía un perrito con suéter, lloraba. Si le hablaban feo en el Oxxo, lloraba. Si cortaban la luz, lloraba peor que cuando se muere Mufasa.

Pero lo más trágico —o ridículo— era su terror a las ratas y los bichos.

Un día, caminando por la Roma, una cucaracha voladora salió de una coladera. Franki pegó un grito que hizo que los meseros de la terraza de un bar de mezcal se tiraran al suelo pensando que era un balazo.

—¡Quítala, Víctor, quítalaaa! —lloró, temblando como gelatina de kermés.

La cucaracha solo pasó volando, probablemente rumbo a su turno nocturno. Pero Franki terminó sentado en la banqueta, sollozando y diciendo que quería terapia, incienso y una limpia espiritual.

Víctor ya no sabía qué hacer. Había creado un monstruo que no mataba ni asustaba: era un dramático con ansiedad. Hasta que un día, cansado, lo llevó al zoológico de Chapultepec para “desensibilizarlo”. Fue un error: apenas vio un ratón del área de niños Franki se desmayó. Cayó tan fuerte, que rompió una banca y, de paso, tres celulares que estaban grabando. El video se volvió viral: #FrankenQueen.

Tres días después Franki ya tenía representante, colaboraciones con marcas y un podcast motivacional llamado Lágrimas, glitter y supervivencia.

Víctor, harto, solo murmuró:

—Mejor hubiera hecho un TikTok.

Y así terminó todo. Con un monstruo influencer y un creador arrepentido. Porque en la CDMX hasta Frankenstein acaba volviéndose trendy.

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