DE HOSPITAL A MUSEO

Ya secularizado el hospital, se le ubicó como sede de la inspección de sanidad.

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Columnas
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Roto el silencio de la madrugada por fuertes golpes de aldabón al estremecimiento del portón el amodorrado velador se toparía con la figura escuálida de un joven cuya mejilla izquierda, saturado el paño al resguardo de la herida, escurría sangre. La emergencia la atendería el pasante en función de guardia zurciendo de mala forma el estrago provocado por un fragmento de botella estrellado por la furia. Estrella, por cierto, se llamaba la agresora.

El reporte consignaba un nombre: Agustín Lara y una vaga referencia a un lupanar. El reclamo por la enorme cicatriz lo remitiría años después el incipiente compositor al tenor Alfonso Ortiz Tirado —en las vueltas de la vida intérprete estelar de sus canciones—, quien desde 1920 había sido nombrado director del Hospital de la Mujer, cuyo nombre se transformaría ocho años más tarde en homenaje al generalísimo José María Morelos y Pavón.

Ahí, entre sus camas de tambor, colchones de borra y portabandejas de hierro, se filmaría una de las escenas más dramáticas de la película Nosotros los pobres: Chachita reclamando en insolentes gritos a la tuberculosa cuya atención había dejado de lado el último aliento de su abuela. La llegada de Pepe el Toro, huido de Lecumberri, provocaría lágrimas:

—¡Es tu madre, Chachita!

Heredero del hospital anexo al convento e iglesia de San Juan de Dios erigido en 1528 a instancias del “padre de los pobres”, Pedro López, cuyo nombre aludía a su vocación De la Epifanía para mestizos y mulatos, la estafeta cambiaría en varias ocasiones de manos, aunque jamás se arrió la bandera filantrópica.

En poco menos de dos siglos, de 1624 a 1820, en que su atención la asumiría la orden de Los Juaninos, modificada la estructura primitiva, la caridad privada alimentaba a la pública. El pregón se volvió estribillo:

—Haced el bien, hermanos, por Dios y nosotros mismos.

Vocación

En la larga hoja de ruta, cerrado el convento por órdenes del presidente Benito Juárez, se anota la protesta con tufo circense del ministro plenipotenciario de Francia en México, A. Desalegny, colocado con los brazos en cruz en la plazuela de Villamil, hoy Aquiles Serdán, con referencia al teatro Blanquita.

A juicio del diplomático los soldados que acudieron a la clausura del recinto religioso saquearon tesoros artísticos donados por su país.

También se ubica el lance del gobernador de Distrito, Juan José Baz, el más célebre anticlerical de su tiempo, lazando a caballo la escultura en piedra de San Juan de Dios colocada en un nicho de la portada de la iglesia, para arrastrarla a galope en vuelta al ruedo de la Alameda.

Durante el imperio de Maximiliano, ya secularizado el hospital, se le ubicó como sede de la inspección de sanidad, con proa hacia mujeres públicas, ubicado como “de las bubas”, denominación popular a las secuelas de la sífilis en las piernas femeninas.

Y en los primeros años de la revolución el recinto sería hospital de sangre, con demanda plena durante la Decena Trágica de febrero de 1913.

Al año siguiente, recuperada la vocación hacia la atención de mujeres galantes, una ordenanza de la Cámara de Diputados, orquestada por Querido Moheno, obligaría a cerrar las puertas a estas, aunque consignando la obligación de revisiones semanales con tarjeta sanitaria a título de testimonio.

La desbandada de enfermas sería total.

Ahora el recinto quedaría al cuidado de las damas católicas, quienes lo trocarían en hospital para niños y asilo de pordioseros.

El presidente Venustiano Carranza lo devolvería a la senda, aunque nueva la referencia sería a las mujeres en general.

Trasladado a un nuevo escenario el hospital Morelos y remodelado el conjunto, desde 1986 este abrigaría al Museo de Artes Aplicadas conocido como Del Mueble o Franz Mayer, el generoso donante de piezas invaluables de la época virreinal, ya biombos, rinconeras, esculturas de marfil, alabastros italianos, imágenes religiosas, roperos, armarios…

Siglos de piedad.

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