Escuchar con detenimiento un álbum nuevo de mis artistas favoritos es una tarea que me tomo muy en serio: leo primero una newsletter sobre lanzamientos, selecciono luego el orden de escucha, me pongo audífonos y me dispongo a prestar atención.
Me atrevo a decir que no hay nada más satisfactorio que tener una opinión fuerte y pasional, pero hoy pareciera que criticar un álbum, una canción o incluso a un artista se ha vuelto un acto que te convierte automáticamente en un hater por ser cruel. Pero no, no lo es. Al contrario: destrozar es también amar la música.
Hace poco leí un artículo de The New Yorker titulado How Music Criticism Lost Its Edge y no pude evitar pensar en cuánta razón tiene: la crítica musical, esa que antes podía destrozar a los Rolling Stones por flojear con un disco mediocre, hoy es tibia, complaciente y “políticamente correcta”.
Parece que si no es una reseña aduladora no se publica. Y si no nos gusta algo, es mejor no decirlo, porque el ejército de fans tóxicos nos despedazará en redes sociales.
Vivimos la era del “poptimismo”, donde todo lo pop está bien, porque cuestionarlo es “elitista” o solo porque “haters gonna hate”. Qué agotador.
Fachada
Déjeme poner un ejemplo. A mí me gusta mucho Miley Cyrus; me parece que ha sabido reinventarse, con una voz potente y una actitud de rockstar. Pero su último disco, Something Beautiful, lanzado en mayo, me decepcionó demasiado.
Cyrus lanzó dos sencillos, Prelude y Something Beautiful, como fachada, pues se dijo que tendría influencias de Pink Floyd y una estética más sicodélica, pero, ¿dónde quedó eso que prometió?
Lo que escuché fue una serie de canciones sosas, comunes y demasiado bien portadas como para ser memorables. Nada más allá de pop genérico.
¿Está mal decirlo? No. ¿Quiere decir que ya no me gusta Miley? Tampoco. Aun así, debo decir que hace mejor música que cualquier cantante femenina contemporánea. Es justo porque me gusta que prefiero destrozarla con mi crítica y exigirle más. Como fan, como oyente, como alguien que ama la música.
Y no hace falta ser un experto. Cada quien puede ser crítico de música. ¿Le hizo sentir algo? ¿Le aburrió? ¿Le pareció genérico? ¿La letra es un cliché? ¿La producción le voló la cabeza? Eso también es crítica. No deje que le digan que solo puede opinar si estudió teoría musical o tiene una columna en Rolling Stone. La música es de todos y la conversación también.
Ojalá volvamos a amar tanto la música que nos atrevamos a destrozarla cuando no nos gusta. Porque solo así —con exigencia, pasión y honestidad— vamos a tener discos que realmente valgan la pena.