DEVASTACIÓN

Javier Oliva Posada
Columnas
HURACÁN OTIS

Ese término fue en casi todos los medios convencionales y electrónicos el más utilizado para calificar lo sucedido al paso del huracán Otis por las costas de Guerrero, en particular por el puerto de Acapulco. Fotografías, reportajes, testimonios de habitantes y turistas dieron y siguen dando cuenta de la verdadera catástrofe que azotó a poco más de un millón de habitantes.

La fuerza de Otis alcanzó según los especialistas la “categoría 5” y arrasó con infraestructura urbana, carreteras, edificios y todo tipo de construcciones. Fue una evidencia, también conforme a los análisis de los estudiosos, de las consecuencias del cambio climático.

De hecho, la presencia de fenómenos meteorológicos que azotan año con año distintas partes del planeta ha venido enseñando a los equipos de rescate, de gobierno y especialistas que hay procesos como huracanes, ciclones, tornados, monzones, inundaciones, desbordamientos de ríos y otros cuerpos de agua que son razonablemente previsibles y con ello resulta posible, sobre todo y como objetivo principal, salvar vidas humanas.

Los balances preliminares al momento de redactar esta colaboración aún eran inciertos sobre el número de fallecimientos, aunque las autoridades federales daban cuenta de 27 muertos y cuatro desaparecidos. No hay datos o posicionamiento del gobierno del estado a propósito de un balance respecto de los costos aproximados de la destrucción, al menos en la infraestructura pública, ni tampoco el anuncio de programas de emergencia, al menos locales.

Lección

Los únicos programas que se aplicaron de inmediato fueron los conocidos Plan DN-III-E (Ejército, Fuerza Aérea y Guardia Nacional), así como el Plan Marina (Armada de México).

A la brevedad se desplegó un aproximado de dos mil 500 integrantes de las Fuerzas Armadas. Las primeras labores, como debe ser en estos casos y conforme a lo estipulado en los manuales de procedimientos, fueron para rescatar a aquellas personas ubicadas en situación de peligro o de riesgo serio a su integridad. También para despejar de escombros las principales vías de comunicación terrestre, teniendo como prioridad las carreteras.

Por las características de nuestra ubicación en la geografía mundial, la parte de Pacífico Sur, la Meseta de Anáhuac y la parte central de las costas del Golfo de México son zonas que se catalogan como de “alto riesgo” ante fenómenos meteorológicos, a los que debemos sumar sin duda alguna los sismos.

Justo el mismo día y casi de manera simultánea se reportó un temblor de 4.5 grados con epicentro en Ixtapa Zihuatanejo, a unos cuantos kilómetros de Acapulco.

Esa compleja y riesgosa situación debe mostrar claramente a las poblaciones y autoridades de todo ámbito que situaciones como las vividas el miércoles 25 son repetitivas y, por lo tanto, en buena medida previsibles.

A lo largo de la historia reciente hemos observado cómo una acertada o no gestión de los destructores efectos de una catástrofe natural repercute, desde luego, en los niveles de aceptación y reconocimiento de las autoridades gobernantes, pero sobre todo en las condiciones bajo las cuales se pueden —y de inmediato— restablecer las condiciones de normalidad para que las personas afectadas recuperen la normalidad. Desafortunadamente, a las pocas horas de la devastación comenzaron acciones colectivas de rapiña, no solo de comestibles, sino de todas aquellas mercancías posibles de transportar por una persona a pie.

Los gobiernos de las principales democracias en el mundo, casi sin excepción, enfrentan este tipo de tragedias. Incendios en Canadá y Estados Unidos, también en Portugal y España; inundaciones en Alemania e Inglaterra, entre otros casos. Los fenómenos meteorológicos deben formar parte de las agendas de seguridad nacional, en tanto prevención.

Es una lección aprendida.