EXTRAÑO

Mónica Soto Icaza
Columnas
EXTRAÑO

Ojalá el amor se esfumara a voluntad. Pero no: y yo no dejo de pensar en ti. Alucino tu voz a través de las paredes; el olor de tu loción al subirme al elevador. Abro la puerta de casa con el corazón acelerado por si al salir al vestíbulo te encuentro con tu prisa habitual y esa mirada que lo abarca todo.

Extraño tus manos calientes en la espalda, tus “te amo” en el polvo de mi parabrisas, tu manera de sacarme de quicio, tu lengua veloz entre mis papilas gustativas o entre las hondonadas de mi vulva.

Extraño tu manera de fastidiarme los días, la de poner en mi mente una idea, un chiste malo o una imagen asombrosa. Extraño tu voz, extraño tu café con leche, extraño tus galletas exóticas, extraño tus gemidos, extraño tus ojos apretados en los orgasmos. Extraño amanecer contigo.

Extraño tu mirada de banquete al observarme, la textura de tu bata de seda, dejar un mechón de pelo entre los broches de tus pulseras. Extraño tu sexo en mi boca. Tu sexo en mis manos. Tu sexo en mi ombligo. Tu sexo entre mis pechos. Tu sexo en mis pezones. Tu sexo en mis muslos. Tu sexo en mi clítoris. Tu sexo en mi vulva. Tu sexo en mi vagina. Y volver a empezar.

Extraño tu respiración, agitada y serena, en mi oreja; las yemas de tus dedos en mi espina dorsal, el sol en mis piernas sobre el sillón de tu sala, el whisky con los hielos derretidos porque nos ganó la lujuria.

Extraño nuestras llamadas de tres horas para contarnos hasta el detalle más nimio, tus consejos, casi todos tan políticamente incorrectos que no los ejecutaba, cocinar pensando en ti para llevarte un plato de sopa, un chile en nogada o un pastel de tres leches con mucho merengue.

Extraño mi ropa arrugada por culpa de tus ganas, mi pelo revuelto, mis piernas empapadas de tu saliva, la manera de contarme algo cotidiano como si fuera lo más asombroso de la historia.

Despedida

Sí. Extraño todo eso, los momentos en que no podía creer mi suerte por haber encontrado a alguien como tú, con tu energía desbordada, tu sentido del humor, tu manera de hacerme el amor que borraba a todo hombre pasado, presente o por conocer.

Lo que no extraño son tus gritos, tus agresiones, tus celos enfermizos; cuando me escupiste el agua como si fuera un juego; cuando me criticabas “por mi bien”; cuando hacías lo posible por hacerme dudar de mí; cuando regresaba a casa llorando y preocupada por la pérdida de mi inteligencia porque me había dejado gritar otra vez.

No extraño tus palabras hirientes. No extraño la ansiedad que crecía al verte beber más y más: sabía que en algún punto habrías de perder el control y tendría que llevarte a rastras de regreso. No extraño tus intentos de dominarme ni el miedo a darte la respuesta incorrecta que desatara tu furia.

No extraño las noches de insomnio ni la colitis nerviosa ni las mordidas en los labios hasta sangrar; tampoco extraño los moretones de tus dedos en mis muslos, como si al compartir mi cuerpo contigo tuvieras derecho a marcarme como si fuera territorio de tu propiedad.

No extraño tus intentos de apropiación de mis pensamientos; ni tus intentos por domar mis ímpetus; ni tu afán por romperme la autoestima.

Así que ya ves. Te extraño sin extrañarte más. Te amo sin amarte más. Te deseo sin desearte más. Por eso me hacía falta escribir este texto, esta despedida atemporal y unilateral, para recordarla cada vez que mi cuerpo amenace con pretender traerte de regreso.

No te preocupes, pronto dejaré de extrañarte y volverás a ser un extraño.

Hoy empieza la paz. Adiós.