EN EL TRÁFICO...

“Conectarnos por unos minutos con la persona que nos palpita desde el interior”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Tráfico

El tráfico es uno de los mejores lugares para escribir, siempre y cuando no venga conduciendo, aunque a veces confieso que también explayo la creatividad hasta cuando voy al volante. Estoy tan acostumbrada a la saturación de trabajo, que cuando tengo tiempo libre en casa, sin interrupciones, distracciones ni dificultades, me dispongo a llevar a cabo actividades que no requieren mayor esfuerzo intelectual, como hacer la formación de un libro pendiente, escombrar la alacena, ordenar el clóset, armar libretas en pasta dura, regar las plantas, hornear pasteles, lavar los platos, tender la ropa húmeda o doblar la ropa seca, masturbarme…

Para cuando tengo tiempo de ponerme a escribir ya casi es hora de ir por los niños a la escuela o de encaminarme a alguna reunión o lo que sea que me impida tener el tiempo suficiente para tomar la pluma y encarrerarme sobre el papel en una de mis técnicas predilectas de creación, la escritura libre, pero como requiere de tiempo dejo la libreta con la pluma encima de la mesa o, si traigo en esas épocas una bolsa de mano grande, las guardo para llevármelas, esperando algún momento estéril para ponerme a trabajar.

Reflexionar

He escrito de mis mejores columnas en el semáforo rumbo a la oficina de correos a entregar los libros de mi tienda en línea, en la fila de dicha oficina, esperando sentada en alguna sucursal bancaria mientras llega mi turno para pagar trámites de derechos de autor o de la agencia mexicana ISBN, en el aeropuerto a punto de abordar un vuelo o como en este momento, que voy en un taxi rumbo a la presentación de una revista en la que hablaré de una publicación que no he visto, pero de la que sí conozco el tema, el squirt, como si el caos fuera mi musa predilecta y no la seguridad de la mesa de mi comedor en la estancia de mi departamento con vistas a la Ciudad de México, desde donde ese caos es belleza y esa belleza es la inspiración que yo debería utilizar para escribir y existir en este mundo sin cuestionarme nada ni sufrir nunca y, sin embargo, no logro hacerlo y me embarco en disertaciones estériles como esta, como las que tienen tantas personas en el tránsito intenso entre bocinas incoherentes y gente desesperada que no toma en cuenta que lo importante de la vida es el trayecto y no el destino, porque el destino es, invariablemente, la tumba, y aunque de ahí no nos salva nadie, aún tenemos la esperanza de que hay algo después, entonces desperdiciamos este precioso tiempo entre autos, mofles, lluvia, vendedores ambulantes, motociclistas, camiones de doble semirremolque, pensando en lo tarde que vamos, en el pretexto a inventar para justificar haber llegado después de la hora, fúricos por algunas imprudencias de los otros conductores o los policías de tránsito, o enojados con la vida por ponernos en tan incómoda situación, en vez de convertirlo en un paraíso para conectarnos por unos minutos con la persona que nos palpita desde el interior o deleitarnos con la carrera de las gotas en la ventana o hacer dibujos en el cristal empañado o reflexionar acerca de ese problema que no nos deja dormir y tampoco nos deja pensar demasiado en los asuntos cotidianos a resolver y podría ser el proyecto perfecto a descifrar mientras el pie está sobre el pedal del freno de forma tan intermitente como las luces que utilizamos, o que idealmente deberíamos utilizar, para indicar el cambio de vía.

El tráfico es uno de los mejores lugares para escribir. Lástima que ya llegué y debo pintarme los labios de rojo, respirar hondo y profundo para liberar el estrés, sonreír para conquistar a la concurrencia y abandonar este taxi.