ESPIARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO

Sociedad moderna
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Dejen que les confiese algo: desde hace un par de años aplico una regla inquebrantable para las fiestas y reuniones sociales que realizo en mi casa: ¡prohibido tomar videos! De hecho, hago lo posible por aplicar esta ley fuera de mi jurisdicción inmediata, aunque no siempre con óptimos resultados.

Porque algo que me parece particularmente grotesco de la sociedad moderna es su compulsión de documentar todo evento social en formato audiovisual. Muy comprensible, claro, si hablamos de guardar recuerdos de un viaje por Japón o el Mediterráneo, pero ¿fiestas y reuniones entre amigos? ¿Eventos donde todos están intoxicados con alcohol u otras sustancias? Lo siento, señores, pero esto es simplemente estúpido, innecesario e inadmisible.

Claro que nunca falta algún cándido que vendrá a alegar que estos videos de las saturnales al final pueden causarnos diversión y risas cuando los revisitemos en un futuro ambiguo; pero todos sabemos que esto es una premisa falsa y peligrosa. En primer lugar, rara vez revisitamos videos estúpidos que tomamos en fiestas o conciertos; llevando a que estos terminen olvidados entre otros miles de fotos, memes y basura digital que todos cargamos en nuestro celular.

Luego de haber derrotado esta primera premisa falsa, lo único que nos queda es aceptar que todos estamos creando evidencia digital de momentos potencialmente embarazosos que permanecerá congelada como un patógeno biológico debajo del permafrost siberiano, en estado de animación suspendida, solo esperando su momento para resurgir y causar miseria y desgracia.

Batalla

Esto es lo que todos —aunque en particular las nuevas generaciones— parecen no entender. Documentar tu vida privada no ofrece ningún beneficio inmediato o subsecuente, pero sí la posibilidad de descarrilar tu vida en el corto, mediano o largo plazo. Mientras un video incómodo exista en algún lugar, este podrá cobrar vida en cualquier momento para arruinar una relación sentimental, una oportunidad laboral o simplemente provocar una vergüenza innecesaria.

El mayor problema es que lucho una batalla que se ve perdida. Porque contrario a ver señales de una resistencia contra esta compulsión, lo que percibo es una mayor normalización de que la vida moderna implica estar rodeados de cámaras y una aceptación resignada de que nuestra intimidad será cada día más vulnerada hasta volverse inexistente.

Tomen como ejemplo el caso del CEO infiel captado con su amante en el concierto de Coldplay. Todo mundo celebró su patético intento por ocultar su adulterio, pero nadie criticó que esto pudo ocurrir porque cientos de cámaras privadas inmortalizaron ese evento y multiplicaron el daño, que pudo haberse contenido dentro de los límites de ese estadio, quedando solo como una anécdota para miles de personas, pero no volviéndose la comidilla de cientos de millones.

O consideren los nuevos lentes que marcas como Meta (y otras) producen actualmente, de los que uno de los principales atributos es poder grabar de manera subrepticia. Entre más se popularicen este tipo de accesorios, más posibilidades tendremos de ser espiados de manera furtiva. Hoy, por lo menos, sabemos que estamos siendo grabados porque alguien debe colocar su celular frente a nuestras caras; mañana esto podrá hacerse en absoluto secreto.

Y claro, podrán llamarme estalinista, ludita o boomer, pero ninguno de esos adjetivos ad hominem sirven para refutar mi argumento central: que estamos perdiendo rápidamente toda posibilidad de tener una vida privada fuera del alcance de los ojos metiches de personas que no tienen nuestro mejor interés entre sus prioridades y que solo buscan tomar el peor momento de nuestro día para glorificarse en la vergüenza que esto pueda causar.

“Espiarás a tu prójimo como a ti mismo”: este parece ser el nuevo evangelio para el siglo XXI. Si este es el caso, considérenme desde ahora un irredento hereje y apóstata. ¡Amén!

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