El amor es como el fuego: suelen ver antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro.
En un mundo lleno de historias de amor extraordinarias, pocas resultan tan sorprendentes como la de Erika Eiffel, una mujer estadunidense que en 2007 se casó simbólicamente con la Torre Eiffel.
Tal historia no es una simple excentricidad: se trata de una manifestación de un fenómeno sicológico llamado objetofilia u objectum sexuality, en el que las personas desarrollan vínculos emocionales y amorosos con objetos inanimados.
El caso de Erika no solo atrajo la atención de los medios internacionales sino que también abrió el debate sobre la diversidad de orientaciones afectivas y el significado del amor en la era contemporánea.
Nacida como Erika LaBrie en Estados Unidos, Erika Eiffel (nombre que adoptó tras su simbólico matrimonio) fue militar de la Fuerza Aérea y más tarde una arquera profesional de alto nivel. De hecho, ganó medallas en competencias internacionales y representó a su país con éxito. Su vida, sin embargo, dio un giro peculiar cuando comenzó a declarar su amor por objetos estructurales.
Antes de su unión con la Torre Eiffel, Erika ya había mostrado afecto romántico hacia otros objetos. Durante su tiempo en la Fuerza Aérea se enamoró de su arco de competición, al que llamaba Lance y con el que aseguraba tener una conexión emocional muy profunda. Para ella estos objetos no eran simples herramientas sino entidades con las que establecía vínculos intensos, casi espirituales.
El 4 de abril de 2007 Erika celebró una ceremonia íntima al pie de la Torre Eiffel en París. Vestida de negro y rojo, llevó a cabo un ritual simbólico en el que intercambió votos con la torre y selló su unión con un beso en una de las vigas de hierro. Aunque esta ceremonia no tiene validez legal en Francia ni en ningún país, para Erika fue un acto solemne y significativo, tan real como cualquier matrimonio tradicional.
La Torre Eiffel, para Erika, representa más que una estructura arquitectónica. Ella la considera su “pareja emocional”, alguien que la comprende, la acompaña y la sostiene. En entrevistas, menciona sentir que la torre “la toca” espiritualmente y que su presencia le brinda estabilidad emocional.
Las razones detrás de la objetofilia pueden ser múltiples y complejas. Algunas teorías sicológicas la relacionan con el trastorno del espectro autista, ya que muchas personas que lo padecen desarrollan fuertes vínculos con rutinas u objetos, como una forma de encontrar orden y seguridad en el mundo. Otras teorías sugieren que puede tratarse de una forma de lidiar con traumas afectivos o una manera de ejercer el amor sin los riesgos emocionales del contacto humano.
En el caso de Erika, ella misma revela haber sido víctima de abuso sexual cuando era joven. También habla de su dificultad para establecer relaciones humanas profundas y cómo el vínculo con objetos ha sido una vía de consuelo, conexión y sanación.
Desde una perspectiva emocional, es válido preguntarse qué significa realmente amar. ¿Debe el amor limitarse a seres humanos? ¿Es menos válido un vínculo porque no es convencional? Erika Eiffel defiende con firmeza que su amor es real, profundo y constante. Más allá de la Torre Eiffel como objeto, su vínculo con ella representa su forma de habitar el mundo, de construir afecto, de encontrar sentido y compañía.
Fidelidad
Ella había tenido puras relaciones tóxicas, donde siempre acababa medio muerta y golpeada; se buscaba puro cabrón, eso le llamaba la atención. Hasta que descubrió una especial atracción por los edificios. Todas las mañanas pasaba por la Torre Latinoamericana y, siempre al verla, deseaba que la torre la amara. En silencio, en su casa, soñaba y fantaseaba que el inmueble le hacía el amor. Pasaba largas horas acostada con los ojos abiertos pensando en la construcción.
Investigó y supo que se construyó en 1956, considerado entonces como el rascacielos más alto del mundo fuera de Estados Unidos. Eso la fascinó. Era una obsesión, le repetían sus amigas, pero ella estaba realmente enamorada del edificio. Además, aseguraba que este amor no le podría hacer ningún daño, pues la torre permanecía inmóvil, no se enojaba ni discutía y no le podía pegar, así que siguió con su “noviazgo”. Hasta que un buen día no aguantó más y, en una ceremonia que ella inventó, subió a lo alto del edificio vestida de blanco con un gran velo y besó una de las paredes sellando su amor. Ella decía que se había casado por amor.
Todas las mañanas pasaba junto a su amor, pero un buen día un vidrio del piso 24 se rompió y fue a caer justo por donde ella pasaba, matándola instantáneamente. Curiosa es la vida: el que a hierro mata, a hierro muere.