EL ESTADO DUAL Y LA ZONA SIN LEY

Estado dual
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En una de mis columnas recientes (La dictadura subrepticia, Vértigo 1281) sostenía que la mejor estrategia para consolidar una dictadura es simplemente no parecer una dictadura. La táctica más eficaz para lograrlo es la gradualidad: evitar los actos brutales que revelen un talante autoritario y, en cambio, modificar poco a poco el marco legal para acorralar las libertades ciudadanas en una imperceptible telaraña autocrática.

En los últimos años esto es precisamente lo que ha ocurrido en Hungría, Turquía, Rusia y, de manera más reciente, en Estados Unidos. En todos estos países pequeños cambios legaloides —casi siempre disfrazados de tecnicismos o reformas administrativas— han ido erosionando la libertad de expresión, la independencia judicial, el equilibrio de poderes y los derechos civiles (por ejemplo, el derecho al amparo). Y, sin embargo, buena parte de la sociedad sigue convencida de vivir en una democracia funcional. ¿Cómo se explica esta aparente paradoja?

La respuesta podría hallarse en la teoría del “Estado dual” formulada por el jurista judío Ernst Fraenkel, quien documentó desde dentro la degeneración legal del régimen nazi en Alemania (antes de huir de Berlín en 1938).

La periodista Pema Levy, escribiendo en Mother Jones, explica que cuando Hitler llega al poder y comienza a crear su Estado etno-fascista, las cosas no cambiaron de forma radical para todos. Sin duda, el régimen nazi se adjudicó un poder absoluto para hacer lo que quisiera pero, de manera muy astuta, dejó en pie un sistema legal que funcionaba ante los ojos de la sociedad, particularmente en los tribunales económicos y comerciales.

Fraenkel llamó a esto el “Estado normativo”, una cortina de legalidad que maquillaba el rostro real del régimen: desinhibido, cruel y despiadado.

Detrás de esta fachada existía una realidad brutal, reservada para los sectores perseguidos por el régimen: minorías, opositores y los considerados “no deseados”. Este era el “Estado prerrogativo”, donde el poder se aplicaba de manera arbitraria y sin límites: una auténtica zona sin ley.

Ilusión

Fraenkel apuntaba que una autocracia perversa e inteligente no destruye por completo el marco legal: más bien lo bifurca. Con el “Estado normativo” mantiene una apariencia de legalidad que permite al ciudadano común vivir tranquilo, mientras que el “Estado prerrogativo” aplica su violencia (física o legal) de manera selectiva sobre quienes desafían al poder.

Esta teoría de hace casi un siglo se mantiene hoy inquietantemente vigente. En muchas latitudes vemos Estados antiliberales que logran imponer un manto autoritario sin provocar una oposición generalizada.

Porque la eficacia del “Estado dual” radica justamente en ser discreto y casi invisible para la mayoría. No requiere tanques en las calles ni censura masiva: basta con que el ciudadano promedio conserve su sensación de normalidad, mientras el régimen castiga con precisión quirúrgica a los disidentes y enemigos.

Como lo mencioné al comienzo, si la mejor estrategia para una dictadura es no parecer una dictadura, la mejor táctica diaria es el engaño y el juego de sombras: una ilusión de orden constitucional para la mayoría, mientras otros caen en el hoyo negro del legalismo autocrático, arbitrario y sin límites.

Todos deberíamos tener esto presente al analizar el país en el que vivimos. ¿Estamos ignorando las señales autoritarias simplemente porque no hemos sido afectados directamente? ¿Hemos decidido convivir con “zonas sin ley” donde el sistema judicial, migratorio o tributario se aplica de manera arbitraria contra los críticos del régimen?

Alrededor del mundo muchos dormirán hoy tranquilos, convencidos de que la dictadura en la que habitan no es real, porque aún no los ha alcanzado. Pero esa es la mayor perversidad del “Estado prerrogativo”: mientras exista, siempre estará acechando, esperando a que cometas un error o emitas una crítica para empujarte al oscuro abismo de esa zona sin ley.

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