Parece mentira, pero una de las noticias internacionales más comentadas en los últimos días es la confirmación del romance entre Justin Trudeau, exprimer ministro de Canadá, y Katy Perry, célebre cantante pop. Al parecer, el político canadiense dejó a su esposa por la intérprete estadunidense.
La cantidad de notas, chismes, fotografías y tiempo dedicado en las redes sociales a este tema es impresionante. No es que tenga nada novedoso, todo mundo conoce los amoríos “secretos” entre Marilyn Monroe y John F. Kennedy, así como otros ejemplos similares. Lo sorprendente en este caso es que parecía que Canadá, o mejor dicho la clase política canadiense, se mantenía inmune a la frivolización de la vida pública.
En México lo vivimos muy cerca con el romance electoral entre Enrique Peña Nieto y la actriz Angélica Rivera, que desembocó en matrimonio y terminó en divorcio al final del sexenio.
Sería una mentira afirmar, como suele hacer la gente de edad avanzada, que esto antes no sucedía. Que los políticos nunca han tenido relaciones amorosas con actrices o nunca han tenido amantes, es un cuento que nadie se cree. Mi impresión es que el cambio consistió en hacerlo a la vista de todos. Anteriormente, las actividades propias de la intimidad se quedaban en la intimidad. Sin importar que el político en cuestión estuviera orgulloso de la persona con la cual se acostaba, eso no era un tema para alardear en la esfera pública.
Y es que la política se consideraba, creo que correctamente, como una actividad esencialmente seria. No solemne, aburrida o pedante, aunque pudiera serlo a veces, sino seria. No se consideraba propio de la seriedad pública desplegar las intimidades ante las cámaras. Esta tendencia, probablemente nacida en las revistas del corazón estadunidenses, contagió la política de un halo de trivializaciones que llegó para quedarse. Lo importante ha dejado de ser la trayectoria o las propuestas de un político. Lo significativo para el votante es su apariencia, galanura y, como consecuencia directa de lo anterior, quién es su pareja. No por la duda legítima sobre la capacidad de una persona para asumir la responsabilidad pública de cónyuge del mandatario, sino por la pregunta asombrosamente superficial: “¿cómo se ven juntos ante la cámara?”
Imagen
Los políticos contemporáneos se justifican diciendo que estas tendencias representan el sentir popular y ellos están obligados a satisfacer esa demanda.
No obstante, me temo que las cuestiones asociadas con la intimidad y la apariencia física han envuelto y empobrecido definitivamente las cuestiones de fondo. Los consultores electorales se especializan cada vez más en “imagen”, en lugar de ofrecer un pensamiento integral sobre los asuntos del Estado. Y el político, empeñado en agradar a su base, se preocupa más de su “imagen” que de resolver temas de fondo.
La irrupción de las redes sociales no hizo sino multiplicar y fortalecer la tendencia. No se ve una ruta de salida. Podemos quejarnos y criticarlo, pero la gente cada vez está más interesada en el peinado, cirugías, dietas, rutinas de ejercicio y, claro, la vida amorosa de sus representantes populares. Hay incluso periodistas “especializados” en reportajes del corazón sobre la política, listas de las legisladoras más “sexy” y de los políticos mejor vestidos.
Insisto, se dice todo el tiempo que esto es lo que la gente pide, pero esos reportajes y listas los confeccionan los grandes medios de comunicación, no la gente. Mucho me temo que no sean los ciudadanos quienes han ido degradando la conversación pública, sino que en gran medida esto es responsabilidad de los medios de comunicación que le exigen continuamente mayor seriedad a los políticos. No parece consistente con su línea editorial de informar sobre la intimidad de los representantes populares. Estos reportajes quizás hayan sido la puerta de acceso de los comediantes y gente poco seria que hoy gobierna el mundo. Es digno de pensarse.

