NUESTRO FUTURO TORMENTOSO

“La correlación es innegable”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
FUTURO TORMENTOSO

A un mes de la destrucción de Acapulco queda aún mucho por hacer para aliviar la situación de los damnificados por el paso del huracán Otis, que aun cuando haya sido algo insólito —y lo fue, porque nunca antes una tormenta había pasado a categoría 5 en tan poco tiempo—, demuestra la urgencia de aceptar que con el imparable calentamiento de los océanos estos fenómenos muy probablemente se convertirán pronto en la regla y no en la excepción.

Claro, nunca faltan aquellos que aleguen que el cambio climático —por sí solo— no puede explicar el incremento en la intensidad de los desastres naturales. A esas opiniones yo les respondo diciendo: “No nos hagamos güeyes”. La correlación entre el incremento de las temperaturas globales y el incremento en la destrucción por fenómenos naturales es innegable.

Evidencia

Para no perdernos en discusiones bizantinas veamos lo ocurrido en el presente año: de acuerdo con un estudio publicado a inicios de noviembre por Climate Central la humanidad acaba de vivir el periodo de doce meses más caluroso “en al menos 125 mil años”. Por su parte, el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea (UE) informó que es “prácticamente seguro” que 2023 será el año más caluroso registrado.

¿Y cuáles son las consecuencias? Un año repleto de catástrofes en la forma de incendios forestales sin precedentes en Canadá y Grecia (el más grande registrado por la UE); inundaciones devastadoras en Libia tras el colapso de dos presas; olas de calor inauditas en India, China y Estados Unidos, entre muchos otros desastres.

Y bueno, si siguen creyendo que esta evidencia es inconclusa, hablemos de algo más concreto: la lana. De acuerdo con datos de la NOAA en su estudio Billion-Dollar Weather and Climate Disasters, el número de desastres que generan costos superiores a los mil millones de dólares se ha incrementado de manera exponencial. Pelen los ojos y pongan mucha atención.

Entre 1980-1989 hubo 33 eventos que causaron daños superiores a los mil millones de dólares (un promedio de 3.3 eventos por año), con un costo total de 214 mil millones de dólares. Para 1990-1999 el número se incrementó a 57 (5.7 por año), con un costo superior a los 327 mil millones. Ya en la década de 2000-2010 hubo 67 eventos (6.7 por año) con costos arriba de los 606 mil millones. Entre 2010 y 2019 hubo 131 eventos (13.1 por año), costando más de 971 mil millones.

Si quieren considerar solo los últimos cinco años (2018-2022), entonces tenemos 90 eventos (18 por año) con un costo superior a los 624 mil millones de dólares.

Yo sé, disculpen, fueron muchos números. Pero para aquellos que no llevan la cuenta, el número de desastres naturales se incrementó en 297% entre 1980 y 2019; y los costos de estos subieron 353%. ¿Y qué otra cosa ha llegado a niveles máximos en el mismo tiempo? Claro: la concentración de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en la atmósfera.

Pero no hay que lamentarnos por lo que no podemos cambiar. Nos guste o no, esta es la nueva realidad a la que nos enfrentamos: un mundo azotado por fenómenos naturales cada vez más poderosos y costosos. Lo que resulta urgente es prepararnos para enfrentar a este nuevo mundo, algo que nuestros políticos han decidido ignorar o desestimar por completo. ¿Será por ignorancia, indolencia o valemadrismo? ¿O una combinación de las tres?Sea como sea, Otis fue la primera advertencia de este nuevo futuro tormentoso; y lamentablemente no estamos preparados para lo que se nos viene.