GENOCIDIOS LINGÜÍSTICOS Y FASCISMOS IDIOMÁTICOS

“Utilizar indiscriminadamente las palabras reduce su fuerza”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
LENGUA GENOCIDIO FASCISMO

Algo fascinante sobre el lenguaje es su constante evolución. Pero nos guste o no debemos aceptar que existen ciertos conceptos que tienen una definición histórica o jurídica que es inmutable y que no podemos modificar a nuestro antojo.

Dos de estos conceptos son “fascismo” y “genocidio”, hoy magullados tanto por la izquierda como por la derecha; por chairos y fifís; por gordos y flacos.

Entender y utilizar de manera correcta estos términos no es cuestión de mamonería lingüística, sino algo fundamental para entender de forma correcta el mundo en el que vivimos y evitar consecuencias nefastas. Pero vámonos por partes.

Comencemos con “fascismo”. El fascismo es un modelo político creado por Benito Mussolini, el cual —dice el académico Tom Nichols— contiene una ideología “holística” con características particulares: eleva al Estado sobre el individuo y establece un culto de personalidad alrededor de un líder carismático; glorifica el hipernacionalismo, el racismo y el poder militar; detesta al liberalismo democrático; y utiliza los agravios históricos para atizar la lealtad al régimen. Un fascista afirma que toda la actividad pública debe servir al régimen, que todo el poder debe concentrarse en el gran líder y que solo el partido oficial puede ejercer dicho poder.

Con base en esta definición resulta absurdo —como ocurre ahora— calificar de “fascista” a cualquier régimen autoritario y más irracional aún aplicar este término a los actos represivos de un gobierno. Si queremos hablar de regímenes autoritarios o represivos tenemos palabras para describirlos. ¿Adivinen cuáles? ¡Claro! ¡“Autoritarios” y “represivos”! Nada tenemos que hacer invocando al espectro del fascismo.

Hiperbólicos

Sigamos con “genocidio”. De acuerdo con la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948, un acto genocida implica una serie de acciones intencionadas para destruir total o parcialmente a un grupo étnico, racial o religioso: a) matar a sus integrantes; b) lesionar gravemente su integridad física o mental; c) someterlos intencionalmente a condiciones que lleven a su destrucción; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos; y, e) traslado de niños fuera del grupo.

¿Podemos definir —como millones lo hacen hoy— las acciones de Israel en Gaza como “genocidio”? La respuesta es un rotundo ¡no! Claro que podemos hablar de crímenes de guerra, de desplazamiento forzado y de un absoluto y criminal valemadrismo por la precisión de los misiles israelíes. Pero como dice la misma ONU, para que algo sea genocidio debe haber una “intención demostrada (dolus specialis) para destruir a una población”.

¿Existe una intención real y demostrada por parte de Israel para exterminar al pueblo palestino? ¡Por supuesto que no! Y me parecería raro que un régimen genocida acepte un alto al fuego y pausas humanitarias si su intención es la exterminación total de un pueblo.

Pero como les comentaba antes, esto no es un ejercicio pretencioso ni sangrón. Porque utilizar indiscriminadamente las palabras reduce su fuerza y distorsiona nuestra comprensión de la realidad. Peor aún, esta sobrerreacción con el lenguaje reduce el impacto que las palabras podrían tener cuando verdaderamente las necesitamos.

Dicho de otra manera, llamar “fascista” a cualquier político que nos caiga gordo reducirá el poder de este concepto cuando verdaderamente nos enfrentemos a personajes con tendencias fachas. De igual manera, clasificar de “genocidio” a cualquier guerra evitará que este término tenga la fuerza necesaria cuando estemos ante un nuevo Rwanda, Srebrenica o Xinjiang.

Las palabras tienen un peso específico y para eso hemos inventando tantas. Pero cuando buscamos ser hiperbólicos o histéricos para llamar la atención, lo único que logramos es diluir la fuerza del lenguaje y dejarnos sin la artillería pesada cuando nos enfrentemos a una verdadera atrocidad.

Y si me van a llamar fascista por tener estas opiniones, entonces son parte del problema y merecen ser eliminados. (¡Es broma!)