Quizá ya estén enterados, pero quiero recordarles que la humanidad está en camino a un evento de extinción masiva. No me refiero a los peligros apocalípticos que todos conocemos —como el calentamiento global—, sino a una extinción que ocurre de manera sutil y que rara vez nos detenemos a analizar: la muerte de la cultura y la civilización.
En una reciente columna en The New York Times el autor, Ross Douthat, nos recuerda el concepto de “cuello de botella” que los biólogos evolucionistas utilizan para referirse a esos “periodos de presión” que llevan a la extinción de numerosas especies después de un gran cataclismo; piensen, por ejemplo, en las especies que lograron adaptarse y cruzar ese “cuello de botella” (y las que no) hace millones de años, luego del impacto del infame asteroide.
Pues de acuerdo con Douthat esos mismos “cuellos de botella” se manifiestan también en las sociedades, borrando culturas, costumbres y poblaciones completas en periodos de crisis o de cambios vertiginosos. Si uno revisa la historia podrá ver que numerosos pueblos —con sus memorias, dioses, arte y tradiciones— no lograron cruzar ese cuello de botella después de una guerra, una plaga o alguna otra calamidad.
El problema es que ese cuello de botella se manifiesta hoy a escala planetaria y en tiempo real, volviendo obsoleto al mundo que conocemos y poniendo en peligro la transmisión y la herencia de valores y creaciones culturales a las próximas generaciones. Lo que está en juego, dice Douthat, es la civilización humana completa.¿Amenazada por quién? Pues —obviamente— por la revolución digital. Artefactos como el internet, los teléfonos inteligentes y la Inteligencia Artificial (IA) han modificado nuestro consumo cultural, transformado nuestras formas de vida y alterado la transmisión de valores sociales a las próximas generaciones.
Mundo virtual
Hoy, nos recuerda Douthat, gran parte de los jóvenes no tienen la capacidad de comprender un texto más largo que un posteo en redes sociales; no tienen la paciencia para ver un video más extenso que lo que ofrece TikTok; no conocen más que la música en fragmentos o creada por IA. Todo esto se vuelve un cuello de botella para los libros, películas, conciertos, tradiciones e incluso ideologías políticas. Si los jóvenes no consumen estas creaciones artísticas o culturales, entonces no podrán transmitirse a las próximas generaciones, llevándolas gradualmente a su extinción. A esto hay que sumar otros cambios sociales: que las nuevas generaciones prefieran la pornografía a ligar en persona y tener relaciones sexuales; que convivan y socialicen a través de pantallas en vez de cara a cara en espacios comunes; que les preocupe más un influencer que sus propios amigos; que no lean noticias y no tengan una comprensión compartida del mundo; que decidan no tener hijos (como es mi caso). Todo esto también pone en el cuello de botella —y en camino a la extinción— los estilos de vida que la mayoría de nosotros experimentamos y que nos fueron heredados en su momento.
Quiero aclarar que esto no es una oda al tradicionalismo o a los “buenos viejos tiempos”. Porque lo que estamos viviendo hoy no es el típico ciclo de una nueva cultura imponiéndose sobre el ancien régime. Lo que estamos presenciando, apunta Douthat, es una perversa sustitución; un reemplazo de lo físico por productos virtuales de calidad inferior que son adictivos y que distraen a millones de las actividades reales que sustentan la vida cotidiana.
Todo esto apunta a una muerte lenta de la civilización y cultura como la conocemos. Lo repito: si los jóvenes contemporáneos sustituyen la realidad por el mundo virtual y no viven, experimentan, consumen o siquiera comprenden las creaciones artísticas del pasado, entonces estas manifestaciones culturales no pasarán el cuello de botella.
Y sí, ya todos sabemos que el mundo será caótico en el futuro por el cambio climático, el ecocidio, el extremismo político y la reducción en la natalidad. Pero será un verdadero infierno si no sobreviven The Beatles, Pink Floyd, Dostoyevski, Tolkien o Alfred Hitchcock. Entonces sí, estimados lectores, la humanidad está perdida.