HISTORIAS DEL CLÍTORIS (9)

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Mónica y yo habíamos escuchado aventuras de amores de verano entre turistas y guías al estilo de La pasión turca, pero por extraño que pudiera parecer nunca experimentamos algo así. Afortunado y desafortunado a la vez: a los 43 años ya no hay tantas posibilidades de primeras veces como a los veintes y Mónica es amante de la adrenalina de los hallazgos.

Los Cabos. Inicios de primavera. Se fugó para alejarse de uno de sus novios, celoso patológico que ya había consumido casi la totalidad de su dosis de tolerancia correspondiente. Como a mi dueña y a mí nos gustaba mucho y queríamos seguir compartiendo el sexo y las maravillas de la carne con él, decidió borrarnos por unos días de su vista para aquello de revalorar la presencia en ausencia.

El paseo elegido fue el famoso arco rocoso que reposa en la punta de la península de Baja California y es un deleite para la mirada, tanto como mi Mónica fue para el señor don guía de turistas que nos recogió en la recepción del hotel en San José del Cabo a las 7:10 de la mañana y necesitó contener el aliento desde el primer vistazo para poder ejecutar su trabajo de manera satisfactoria sin incomodar a su clienta y en espera de mejor momento para la declaración lujuriosa de amor.

Subimos a una camioneta blanca con logotipos de palmeras. Nos sentamos en el primer espacio disponible. El camino de más o menos una hora estuvo acompañado de algunos datos curiosos de la zona, como la fundación de una empacadora de atún casi en la playa, hoy en ruinas, y de algunas grillas políticas por la defensa del agua. Y de visitas ocasionales de las pupilas al espejo retrovisor. El paseo en una lancha transparente, completamente hecha de acrílico fue el billete ganador de la lotería. Belleza de recuerdo, casi tanto como lo que sucedería 24 horas después.

Embrujo

Ya de regreso al hotel Mónica recibió un inesperado mensaje de WhatsApp: “Fue algo muy hermoso conocerte . Cuídate, preciosa. La verdad me gustaste mucho, pero por respeto a que eras una turista en la empresa donde laboro fue que no pude decir algo, sé que es un amor platónico imposible para mí y te deseo lo mejor de todo corazón ”.

Después de reflexionar por algunos momentos (como dos segundos) la libidinosa de mi poseedora decidió responder: “Si quieres le quitamos lo platónico mañana al mediodía. Habitación 1221. Ya sabes el hotel”. Enviar.

Mónica despertó a las diez de la mañana del siguiente día, después de una noche de empaparme con cinco orgasmos patrocinados por sus dedos. Para las doce nos habíamos convertido en puro deleite, como si el embrujo de un hombre fresco fuera el único sentimiento existente sobre la faz de la tierra.

Toc, toc, toc, escuchamos en la puerta de la habitación. Mónica abrió desnuda, con los pezones tapados con el largo de su pelo. Lo primero que hizo el guía fue arrodillarse frente a su diosa para saludarme de beso; sonrió ante el descubrimiento de la caudalosa corriente en las comisuras de la vulva. Estaba yo tan excitado que bastaron algunas lengüetadas para hacerme suspirar con vibraciones que elevaron a Mónica hacia la orilla de la cama. Se acostó con las piernas abiertas para dejarme ser testigo de cómo él eliminó sus pantalones beige y su guayabera blanca.

Se acercó a nosotros para acariciarme con la punta del glande y preparar la incursión al centro del paraíso soñado desde el día anterior. Así, entre las cuatro paredes blancas de esa habitación, se convirtieron en transatlántico en plena noche de tormenta.

Era jueves. Nuestro día favorito para anotar un nombre nuevo en la lista de amantes.