LA INCAPACIDAD DE PENSAR EN GRANDE EN POLÍTICA

Política

Abundance, el libro más reciente de Ezra Klein, editorialista estrella del NYT, analiza la timidez de las propuestas del Partido Demócrata en las últimas décadas. A decir del comentarista ese partido se conformó con ofrecerle a los electores una propuesta de país minimalista, de correcciones mínimas en cuestiones técnicas a las políticas públicas, y de cero imaginación y creatividad en torno de las grandes ideas. Una oferta tecnocrática, pues.

A consecuencia de semejante actitud, el votante promedio perdió interés en los procesos electorales y se decepcionó respecto de la política en general.

En ausencia de grandes visiones de país, de ofertas transformadoras de la vida cotidiana, de discursos que apelen a lo mejor del ciudadano, el elector se alejó de las campañas, de los candidatos y de la vida pública en general.

A la inversa, cuando aparecieron los liderazgos carismáticos, populistas y de soluciones simples, pero dispuestos a afrontar los grandes temas, el votante los vio con gran interés.

Es una explicación novedosa para el ascenso populista en nuestro tiempo con una figura como la de Donald Trump. La falta de ambición de la política convencional en las democracias occidentales se reflejó no nada más en discursos poco atrayentes, sino en la incapacidad de emprender grandes proyectos. En particular, proyectos de infraestructura, ya fuera para darle mantenimiento a la vieja infraestructura estadunidense o para iniciar la construcción de grandes obras nuevas. El éxito del libro y las numerosas reseñas que ha merecido en distintos países son indicativos de que describe una tendencia más allá de Estados Unidos.

Reinvención

En el mismo sentido, aunque mostrando la otra cara de la moneda, un libro que también exhibe ese gran problema de nuestro tiempo es Breakneck: China’s Quest to Engineer the Future, de Dan Wang.

Ahí este especialista en tecnología y observador de la política china describe los ambiciosísimos proyectos políticos de la élite dirigente china. En primer lugar, y de manera más evidente, en infraestructura: puentes, aeropuertos, parques, etcétera. En segunda instancia, en los avances tecnológicos de China, que se manifiestan en sus numerosas patentes para cuestiones de Inteligencia Artificial (IA).

De igual manera, en sus avances militares y su reposicionamiento como líder internacional. Esa ambición, aunque ciertamente viene de una dictadura, parece mucho más atractiva para cualquier población que la timidez del Partido Demócrata o sus equivalentes en el mundo contemporáneo.

La justificación que ofrecen las élites convencionales es que China puede asumir grandes proyectos porque no tiene que enfrentar reclamos de opositores en elecciones competidas. Esto es verdad, pero no es toda la explicación: también es cierto que hubo una renuncia de las clases dirigentes a responsabilizarse por mejorar la vida de sus comunidades y entendieron la política exclusivamente como administración pública.

Esa limitación conceptual de origen sesgó los alcances de la imaginación política. La pregunta es si la política occidental en su vertiente liberal convencional todavía tiene la capacidad de soñar en grande sin incurrir en los simplismos de las fórmulas demagógicas.

De esa reinvención del discurso y de la política en grande dependerá la capacidad de Occidente de ofrecer una alternativa al ascenso chino y de consolidar el respaldo de las grandes masas populares en favor de los proyectos liberales.

Ojalá alguien estuviera pensando en esto en México.

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