En la columna pasada hablé de que Frankenstein, criatura creada por Mary Shelley en 1818, es quizás el monstruo más vigente de todos. Y hoy defiendo que no había nadie más acertado que Guillermo del Toro para traerlo a la actualidad en pleno 2025 y darnos un golpe de realidad.
Tuve la oportunidad de ver la película en la pantalla grande y debo confesar que es una belleza de principio a fin, tejida con la fibra más pura de la melancolía.
Y es que Del Toro es querido y admirado porque se nota su amor y pasión al crear una película, una pasión que él mismo ha confesado sentir por la Criatura, ese ser con el que se identifica por el sentimiento de soledad y pérdida.
La figura de Frankenstein fue, hasta esta película, considerada puramente terrorífica —basta recordar el monstruo con tornillos en el cuello que James Whale definió—. Pero Del Toro, el hombre con la “melancolía flotante” sobre la cabeza, rompió con esa idea preconcebida. Lo que a él le interesa, como mencionó en la entrevista de Las Fábulas Mecánicas, es que “lo que antes le parecía terrible a la gente ahora le llegue a parecer hermoso o conmovedor”.
El director mexicano logró lo que parecía muy complicado: dignificó a la Criatura, mostrándonos su verdadero punto de vista y con ello una cruda realidad: como ya nos demostró en El laberinto del fauno, los únicos monstruos reales son los humanos.
Aquí es donde la genialidad de Del Toro brilla. Si bien la profundidad y el dolor con la que Mary Shelley escribió la novela era muy difícil de capturar en el cine, él lo consigue a través de lo que mejor sabe hacer: la imagen y la atmósfera. No nos hace creer que estamos en una película de época sino en una fantasía.
Sublime
Del Toro ha señalado en distintas ocasiones que el cine perfecto no tiene diálogos, y en su Frankenstein los momentos de mayor impacto son aquellos donde la Criatura, que interpreta Jacob Elordi, nos hace estremecer con sus ojos y su lenguaje corporal, donde esa mezcla de asombro infantil, dolor puro y fragilidad lo dicen todo.
Realizar una nueva adaptación de Frankenstein era un proyecto inmensamente ambicioso y arriesgado; se trataba de la enésima versión contándonos, aparentemente, “lo mismo de siempre”. Pero el genio de Del Toro reside en hacer de lo familiar algo inédito. Mientras otros se limitan a explotar el terror fácil, él se sumerge en el sufrimiento sublime.
Su película no solo nos demuestra cómo la Criatura cobra vida, sino que la belleza más grande solo puede nacer de un dolor profundo; y el arte más conmovedor, de una entrega total.

