LA CONDENA DE LO LITERAL

“Admiremos la belleza de la ficción”.

Rosalía Lux
Columnas
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Recién salió el último álbum de Rosalía, Lux, y como ocurre con cualquier obra de un artista de su calibre su música se convierte inmediatamente en objeto de análisis, obsesión y, por supuesto, en un desgaste por encontrarle el significado a cada palabra e incluso a cada coma. Este ejercicio, más que una crítica, se siente como una autopsia forzada al corazón del artista.

Una de las canciones, La Perla, se convirtió en el epicentro de un debate tan predecible como tedioso. Los análisis se limitaban a interrogantes que dejaban de lado el arte: “¿Para cuál exnovio escribió esa canción?”, “¿su ex la engañó?”, “¿qué tan cierta es la letra?”

El público y varios críticos se autoimpusieron la tarea de ser detectives de lo trivial, tratando de unir las piezas de una vida íntima que nunca van a poder lograr conocer. Esta obsesión por la literalidad, por saber qué es verdad y qué no, termina por asfixiar la obra.

Pero déjenme decirles algo: el arte, para ser sublime, exige la libertad de la simulación. Y es aquí donde una de mis autoras favoritas, la colombiana Margarita García Robayo, nos ofrece una clave; ella describe la autoficción no como una confesión, sino como una táctica de soberanía creadora. Es la manipulación intencional de la verdad y la mentira. Es el uso de fragmentos de la vida personal, como piezas de cristal roto, para construir una obra que no pretende ser un retrato fiel, sino una ficción más poderosa y resonante que la realidad. La autoficción es el permiso que el artista se da para exponer sus sentimientos.

Magia

La Perla es la prueba de oro de esta teoría. La canción es una joya melancólica, vestida con una cadencia exquisita que nos habla del duelo emocional luego de una pérdida amorosa profunda.

¿Importa realmente si esta pena está dedicada a un exnovio o al otro? En lo absoluto. La magia de la canción radica en que, al no ser explícitamente un hecho verificable, nos permite a nosotros, los oyentes, vernos reflejados en ella como si fuera un espejo de nuestra propia historia. Cada fan proyecta su propio duelo, su propia perla que dejó huella. Si la letra fuera una biografía detallada, perdería ese poder de universalidad y de resonar en cada uno de nosotros.

Exigir la literalidad del arte es despojarlo de su misterio y profundidad. El arte no necesita ser literal para ser cierto, ni hay que tomarlo tan en serio para que sea profundo.

Dejemos que La Perla sea, sencillamente, una canción sobre un corazón roto, un trozo de autoficción pura. Y admiremos la belleza de la ficción que nos permite reconocernos en el dolor. Ese es su verdadero y sublime significado.

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