LA LANZA DEL DESTINO

“El destino del mundo”.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.

William Shakespeare

Cuando crucificaron a Jesús de Nazaret en el monte Calvario un soldado romano, de nombre Longino, se acercó a su cuerpo. La tradición decía que tenía que romperle las piernas al crucificado para acelerar su muerte por ahogamiento.

En vez de eso, Longino decidió atravesar el costado derecho del cuerpo con su lanza. Cuenta la leyenda que de la herida salieron agua y sangre que le mancharon la cara. En ese momento la lanza del destino fue convertida en un objeto sagrado y se dice que el que la posea tendrá gran poder.

No se supo nada de la lanza de Longino hasta el siglo IV cuando Santa Elena, madre del emperador romano Constantino, llevó a cabo una excavación en lo que se suponía era el lugar donde Cristo murió. Ahí se encontraron los clavos, la corona de espinas y la lanza sagrada.

Durante la edad media y en gran parte de la era moderna la lanza estuvo en manos de emperadores y reyes, entre los que destacan Carlomagno, Otón I y Carlos I de España. Se dice que el que tenga en sus manos la reliquia tendrá el destino del mundo y además nunca podrá perder una batalla.

En el siglo XX la lanza estuvo expuesta en el Palacio Imperial de Hofburg, Viena. En 1912 un mozo de 23 años la contempló en el palacio. Era ni más ni menos que Adolfo Hitler. Aunque el dictador odiaba a los católicos (decía que eran un apéndice de los judíos) se obsesionó con la lanza.

Cuando llegó al poder en 1938 cambió de sede la lanza y la mandó a Núremberg, la ciudad espiritual de los nazis. Después le pidió a Himmler que buscara, a como diera lugar, el santo grial. Esto dio origen a la primera película de Indiana Jones; es decir, Spielberg se basó en un hecho real y lo convirtió en ficción.

El cáliz nunca fue encontrado. El general George Patton, acérrimo enemigo de los nazis (y de los pinches rusos como diría Rafael Bernal) era muy supersticioso. Él armó un equipo de élite para recuperar la famosa lanza.

Fue hasta el 30 de abril de 1945 cuando la encontraron en un búnker bajo de Panier Platz. Curiosamente, fue el mismo día que Adolfito se quitó la vida. Patton quería a toda costa quedarse con la presea. Pero el general Dwight D. Eisenhower mandó devolver la lanza al Palacio Imperial junto con las joyas recuperadas. Lo curioso del caso es que a doce días de devolverla el general Patton murió en un accidente de tránsito. La leyenda dice que tras perder la famosa reliquia morirás de manera trágica. Cierto o no, estos dos hombres murieron después de poseerla. Hay una película que se llama Monuments men, que trata sobre los soldados (la mayoría científicos o eruditos de historia del arte) que se dedicaron a recuperar las obras que los nazis robaron durante años.

Incredulidad

Hubo un asesinato muy raro en Iztapalapa, poco antes de la representación y procesión de La Pasión. El joven que ese año llevaría la carga de la crucifixión, estando en uno de los ensayos y colgado de la cruz, sufrió a manos de un romano una estocada que lo mató.

Cuando llamaron a Tris se dio a la tarea de buscar al supuesto romano, que por cierto tenía como apodo Longino. Lo más extraño es que el joven Cristo se llamaba Jesús.

Tris entrevistó a Longino. Él le contó que minutos antes de que clavara la lanza se había quedado ciego, pero que al recibir el agua y la sangre que le cayó en los ojos pudo recuperar la vista. Tris investigó más. Longino padecía amaurosis, una enfermedad que por momentos hacía que se quedara ciego.

Longino le relató que padecía de esta condición desde hacía muchos años y que le pasaba dos o tres veces al mes, pero a partir de su estocada ya no había sufrido ninguna crisis. Tris, un poco incrédulo, llevó a Longino con el oftalmólogo, quien corroboró que el joven estaba perfectamente sano de los ojos. Por si las dudas y por pura intuición, Tris después de un tiempo le picó los dos ojos al joven.

Posteriormente supo que tanto Jesús como Longino andaban tras el mismo chichifo que les daba alas a los dos. Una vez más Tris tenía razón. Longino no pudo hacer nada porque no vio a su atacante.