LA REVOLUCIÓN SÍ SERÁ MUSICALIZADA

“La creación musical como la conocemos corre el riesgo de extinguirse”.

Creación musical
Columnas
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En una reunión con amigos hicimos un recuento musical. Escuchamos desde la complejidad de The Wall, de Pink Floyd, hasta la genialidad de Ice, Death, Planets, Lungs, Mushrooms and Lava, de King Gizzard & The Lizard Wizard; la fuerza de Physical Graffiti, de Led Zeppelin; la elegancia de Station to Station, de Bowie; la etérea belleza de In Rainbows, de Radiohead; y cerramos la noche bailando Hasta que te conocí, del gran Juan Gabriel.

En un momento de la reunión llegamos a la conclusión de que el infierno ha llegado: la Inteligencia Artificial (IA) está creando música y ya no es una predicción lejana sino una realidad. Atrás quedarán las producciones millonarias, los estudios llenos de instrumentos, las horas de ensayo y la magia de la improvisación. En su lugar tendremos canciones generadas por códigos, jingles diseñados en segundos y playlists completas hechas sin una sola alma involucrada.

La verdad es cruda: las discográficas, marcas y plataformas ya no necesitan buscar talento, invertir en desarrollo artístico ni pagar regalías. ¿Para qué contratar músicos si una máquina puede hacer diez demos por el precio de uno y, además, al instante?

Como bien lo explica Mark Henry en el podcast On the Media, a diferencia de las imágenes o un texto generados por IA que pueden llegar a tener imperfecciones, la música producida por algoritmos puede sonar “escalofriantemente buena”.

Un compositor experimentado puede, en cuestión de minutos y sin costo alguno, generar una pieza que emula el estilo de grandes músicos, algo que antes requeriría un presupuesto astronómico y un equipo de profesionales. Si la regla de oro de la música es que “si se escucha bien, entonces es buena”, y la IA puede sonar excelentemente así, entonces, ¿cuál es el valor de la creación humana?

Apocalipsis

Una dolorosa realidad es que para la mayoría de los oyentes el proceso de composición da exactamente lo mismo, solo importa el resultado final. Y si ese resultado es una sinfonía digna de Bernard Herrmann, generada en cinco minutos y gratis, la tentación de la industria por adoptar estas herramientas es más que viable.

A eso sumemos que el dinero es el motor que impulsa la industria musical. Si la IA les ofrece una alternativa gratuita y de alta calidad para generar música, ¿por qué invertirían en artistas humanos? La consecuencia será devastadora: si las discográficas dejan de invertir en el desarrollo, promoción y distribución de artistas, la creación musical como la conocemos corre el riesgo de extinguirse.

No solo se perderían empleos, sino también la diversidad, la innovación y la autenticidad que solo los humanos con su genialidad, sus vicios y sus imperfectas almas pueden ofrecer.

Las preguntas claves son: ¿cómo revertimos esto y protegemos el valor de la creación musical humana?; ¿cómo podemos resistir y garantizar un futuro donde el arte sea lo que sobreviva y no un vil sustituto virtual sin esencia espiritual? Las respuestas no son sencillas, pero pienso que se encuentran en el reconocimiento del valor del arte humano y la creación de regulaciones que aborden el uso de la IA en la música.

Aquí nos enfrentamos a un problema de herencia, donde lo que hoy menospreciamos, desechamos o sustituimos por copias artificiales no será compartido a las futuras generaciones. Y si la buena música no se hereda, entonces morirá. Una música sin alma no es música; es solo un ruido impostor con “buena” mezcla, y ese es un futuro que no podemos permitirnos.

Nietzsche decía que sin música la vida sería un error. Hoy los invito a unirse conmigo a esta nueva rebelión contra las máquinas. Alteren sus sentidos con la sustancia de su elección; desempolven un disco de Miles Davis, de Joplin, de Clapton o de Hendrix; y dejen fluir la locura armónica que aún tenemos el privilegio de escuchar. Recuerda: ¡solo tú puedes prevenir el apocalipsis sintético!

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