La escritora y periodista española Cristina Fallarás se ha convertido en una figura central del feminismo contemporáneo, no solo por la fuerza de su obra sino también por la violencia política y digital que enfrenta en España debido a su activismo.
En entrevista desde México, Fallarás reivindica la palabra como trinchera y el relato como herramienta de supervivencia, defensa y empoderamiento.
Su visión crítica invita a comprender que narrarnos es un acto político que redefine quiénes somos y qué futuro construimos juntas.
—Últimos días en el puesto del este (FCE) fue escrita hace años y recientemente la presentó en México. ¿Qué significa para usted esta obra hoy?
—Su vigencia me sorprendió. Es una novela breve, íntima, erótica y muy violenta. Habla de mujeres sitiadas por los bárbaros, y creo que seguimos viviendo así: mujeres en medio de violencias nuevas y antiguas, aferrándonos a la belleza, la memoria y el erotismo como espacios de resistencia.
—Ha denunciado violencia hacia sí como figura pública. ¿Cómo resiste desde la visibilidad?
—No es fácil. La visibilidad no te protege del impacto real del odio. La violencia está mutando, igual que cambian la comunicación y la política global; surgen agresiones difusas y difíciles de rastrear. Y todavía falta una comprensión institucional de estas violencias nuevas, que no encajan en los marcos tradicionales.
—¿Qué papel juega la sororidad en este contexto?
—Es esencial. La familia elegida, las comadres, las redes que tejemos, son lo único que nos sostiene. Por eso son blanco de los ataques patriarcales. Cuando publico relatos anónimos miles de mujeres se reconocen en otras. Es un relato colectivo que prescinde del yo, y eso es profundamente subversivo.
Radicalidad
—¿Cuál es el objetivo de sus relatos?
—Pertenecer y comprender. Durante siglos nos encajaron en moldes que no tenían nada que ver con nosotras: Penélope, Julieta, la Regenta… todas creadas desde miradas masculinas. Cuando empezamos a narrarnos desde nuestra verdad, esa ruptura provoca resistencia y violencia. Por eso los relatos contemporáneos de las mujeres son tan poderosos: hablan de cuerpos reales, maternidades complejas y libertades posibles.
—Dice que para sanar primero hay que abrir la herida… ¿Cómo se transforma esa violencia en potencia?
—Nombrando. El relato abre la herida y permite comprenderla. A veces hay que cortar y poner una prótesis, y no hay que temer a las prótesis. Cuando nos contamos desde la verdad, la violencia puede transformarse en una forma de conocimiento y también de placer: en recuperar nuestro cuerpo y nuestro propio relato.
—¿Qué le inspira de las voces feministas en Latinoamérica, especialmente en México?
—Las mujeres latinoamericanas me fascinan, tienen voces potentísimas. Cuando vengo a México siento algo que me coloca en casa. Las mujeres mexicanas me hacen pensar que el futuro es posible: la radicalidad del feminismo mexicano y su juventud rabiosa son de lo que más me gusta.
—¿Qué mensaje daría a las mujeres que hoy buscan empoderarse?
—Ahí donde las mujeres se sostienen unas a otras el futuro se vuelve posible. La voz propia y la comunidad son nuestras herramientas más potentes. La fuerza está en la red que estamos construyendo juntas.

