LAS FALSAS FOBIAS

“Todas las opiniones deben ser escuchadas”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
FOBIAS 2023

Estoy seguro de que todos ustedes han tenido un episodio embarazoso por las últimas transformaciones en el uso del lenguaje. Cada día nos encontramos un nuevo edicto de la Santa Inquisición progre prohibiendo algún adjetivo, modificando un pronombre o censurando expresiones de uso popular.

El problema no es nuevo. De hecho, una de mis primeras columnas publicada en esta prestigiosa revista (agosto 2015) fue precisamente sobre la suplantación del lenguaje en la sociedad por una especie de “neolengua” al estilo orwelliano.

Argumentaba en aquel momento que para muchas personas la vida parece ser muy cruda para describirla de manera directa; y que por esta razón se habían inventado un idioma descafeinado para maquillar la realidad. Les comparto uno de los párrafos escritos en aquel primer texto:

“En el México contemporáneo hemos dejado de tener ancianos o viejos y en su lugar convivimos con ‘personas de la tercera edad’. Todos los ciegos se han convertido en gente ‘con impedimentos visuales’; los diabéticos en ‘personas que viven con diabetes’; y los sordos en ‘personas con discapacidad auditiva’ (...) Nos percatamos también de que vivimos en un país sin pobres, puesto que ahora México tiene ‘miembros de las clases sociales desfavorecidas’. Los vagabundos se fueron de la ciudad y ahora quedan ‘personas en situación de calle’. Y ni hablar de los paralíticos, ellos también huyeron del país, dejando en su lugar a ‘personas con capacidades especiales’”.

A ocho años de distancia uno podría argumentar que no es precisamente equivocado suplantar conceptos y palabras por otras más “sensibles” para referirnos a minorías, personas con discapacidad o grupos históricamente discriminados. Estoy de acuerdo: el idioma evoluciona junto con la sociedad y es bueno que seamos menos crudos y más civilizados.

Racionalidad y respeto

Pero como bien indica el escritor John McWhorter (y antes lo dijo el comediante George Carlin) cambiar el lenguaje no cambia la realidad. Podemos desgarrarnos las vestiduras por aquellos que transgreden este nuevo lenguaje “sanitizado”, pero nada de esto sirve para ayudar a los grupos desfavorecidos a los que nos referimos.
Cambiar el lenguaje no elimina el racismo, ni el clasismo, ni el machismo, ni nada. Quizá nos sintamos mejor al momento de hablar, pero las personas afectadas verán su realidad permanecer exactamente igual.

Un tema que ha tomado preponderancia últimamente es el del sobrepeso y la obesidad. Si nos basamos en el diagnóstico de la OMS llegamos a esto: “El sobrepeso y la obesidad son importantes factores de riesgo de algunas enfermedades crónicas, incluidas enfermedades cardiovasculares y los accidentes cerebrovasculares, que son las principales causas de defunción en todo el mundo”.

Estos son hechos, no opiniones. Y con esta evidencia uno podría argumentar que el sobrepeso es —en esencia— malo para la salud. ¡Pues no! Atreverse a decir esto en público es motivo inmediato para ser acusado de “gordofobia” y en una de esas ser “cancelado” por las buenas conciencias de la sociedad.

Esto es síntoma de un problema aún mayor: la prohibición de siquiera poder discutir abiertamente ciertos temas. A la obesidad pueden sumarle temáticas que afectan a mujeres, minorías raciales o personas del colectivo LGBT. Si no formas parte de estos grupos, entonces hablar de temas relacionados a sus causas está absolutamente prohibido.

Sobra decir que en una sociedad abierta esto es inaceptable. Todas las opiniones deben ser escuchadas y todos los temas merecen ser debatidos con racionalidad y respeto. Habrá opiniones buenas y otras malas, pero silenciar a cualquiera de ellas con acusaciones de “fobia” es una actitud autoritaria.

De hecho, la RAE describe a las fobias como una “aversión obsesiva a alguien o a algo” o un “temor irracional compulsivo”. Pero si alguien tiene alguna fobia serían algunos de estos grupos progres: una fobia a la razón y a la libertad.