Como señalamos en la anterior entrega la ley Digital Millennium Copyright Act (DMCA, por sus siglas en inglés) se aprobó el 28 de octubre de 1998, nueve meses antes del lanzamiento de Napster, el primer software de intercambio musical digital. Y más de 20 años después todavía es la base del status quo de los derechos de autor en internet en Estados Unidos y, por ende, en el mundo.
Es una legislación amplia pero la parte más impactante para el mundo de la música es la Sección 512, que estableció disposiciones de puerto seguro que aislaron a los proveedores de servicios digitales de la responsabilidad por infracción de derechos de autor.
Allá por 1998 esto tenía un sentido decente, ya que la responsabilidad de los derechos de autor podía aplastar a las empresas antes de que comenzaran. La DMCA permitió a estos innovadores echar raíces y crecer hasta convertirse en los conglomerados de trillones de dólares que aplastan ahora al mundo de la música y medios audiovisuales que conocemos.
Pero cuando se trata de música la rígida ley es todavía vista con gran sospecha y cuestionamiento. Ya sea que el lector tenga o no la edad suficiente para recordar las demandas de bandas como Metallica, que perdió la cabeza por la existencia de Napster, es probable que cualquiera que escuche el término “ley DMCA” piense de entrada en la codicia de la industria discográfica.
El año pasado, por ejemplo, cuando se difundió la noticia de que el Congreso estadunidense dio luz verde a un paquete económico de dos billones de dólares, incluyendo un proyecto de ley que clasificaría las transmisiones ilegales como delitos graves, una serie de críticos fraudulentos afirmaron que cualquiera que fuera sorprendido tocando música sin licencia en transmisiones de Twitch o videos de YouTube, incluso accidentalmente, se arriesgaría a pasar tiempo en prisión.
Pesadilla
Aunque el proyecto de ley en realidad estaba dirigido a sitios que, por ejemplo, ofrecían transmisiones ilegales de juegos de la NBA, un usuario de los denominados “influencer” cuyo nombre real es Charles White Jr. desató una poderosa pero mal informada perorata contra el proyecto de ley. Junto con su patrocinador, el senador republicano Thom Tillis, lanzó una campaña de desprestigio, como ya es su costumbre, publicando un video que tiene más de 3.4 millones de visitas.
Nunca es escandaloso pensar que la industria de la música, con su interminable historial de mal uso de artistas, podría estar tramando algo avaricioso. Pero la realidad es más complicada. La DMCA crea un panorama que hace que para cualquier persona en la industria de la música sea extremadamente difícil rastrear y monitorear sus derechos de autor.
Por otro lado, dicha ley genera que toda la música legal y con licencia que se ve en YouTube, TikTok, Facebook, Spotify y demás conglomerados se transmita casi gratis, con pagos escandalosamente bajos para los titulares de los derechos de toda esa música. Los defensores de los artistas y las figuras de la industria afirman que estas compañías aprovechan protecciones de responsabilidad de derechos de autor gracias a esta ley.
Para los principales sellos discográficos y superestrellas que disfrutan y acumulan las mayores recompensas de la era del streaming esto podría considerarse una gran molestia en el peor de los casos. Pero para aquellos que están fuera del nivel superior el sentimiento abrumador es que los golpea el status quo. Y en ninguna parte es esto más claro que en la plataforma que se convirtió en la verdadera sucesora de Napster: YouTube. Si bien, Spotify puede ser conocido como el servicio líder de transmisión de música, YouTube es el verdadero gigante. Sus clips más vistos son videos musicales o relacionados con la música, como Baby Shark Dance que cuenta con más de nueve mil millones de visitas. Gran parte de esa música está disponible en formas perfectamente legales y con licencia, pero mucha no lo está. Y para innumerables artistas y sellos, lidiar con todo ese contenido infractor es una pesadilla.
Conclusiones en una próxima entrega.