Las tensiones recientes en la relación bilateral México-Estados Unidos evidencian que un roce diplomático aparentemente menor puede convertirse en un incidente de proporciones inesperadas que afecte la seguridad nacional mexicana.
Durante años me he preguntado por qué en México la cancillería no tiene la importancia equivalente a la del Departamento de Estado en EU o el Foreign Office en Reino Unido. En ambos países la dependencia responsable de la política exterior tiene reuniones permanentes al más alto nivel con el National Security Council norteamericano y con el MI5 y el MI6 británico.
En México esto es más bien accidental. No se considera la relación bilateral más importante del país un asunto de seguridad nacional, a pesar de que dependemos de Estados Unidos para nuestra viabilidad económica y hasta para los trabajos de seguridad pública. Aquí la cancillería de vez en cuando coopera con el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), pero no tiene una coordinación permanente con este, ni menos aún una discusión y evaluación constante de los riesgos para el país.
Cuando menos la evaluación de los riesgos asociados con la relación bilateral debería ser una prioridad estratégica en la que participase la cancillería. No es el caso y se nota. En primer lugar, porque históricamente la seguridad nacional no ha sido una preocupación ni una responsabilidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). En segunda instancia, porque no estoy seguro de que el personal profesional del servicio exterior mexicano, plenamente formado en cuestiones diplomáticas, tenga en todos los casos nociones conceptuales sobre las cuestiones de seguridad nacional.
No obstante, todo lo anterior puede resolverse. Lo importante es que no vuelva a suceder que unas declaraciones pongan en situación tensa la relación más importante de México en el mundo.
Peligroso
Una amiga del servicio exterior me decía: “Estados Unidos es tan trascendental para México, que no debería ser parte solo de nuestra política exterior sino de la política interior”. En efecto. Desde la primera administración de Donald Trump países como Canadá o Australia diseñaron grupos de trabajo intersecretariales en sus gobiernos exclusivamente dedicados a la evaluación de riesgos en la relación bilateral con Estados Unidos. Por supuesto que México tiene la capacidad de hacer algo equivalente.
Dependiendo el país y el diseño jurídico, esos grupos de trabajo tienen la capacidad de ofrecer recomendaciones o incluso de actuar e incidir directamente sobre el diseño y ejecución de políticas determinadas. En México lo que hemos hecho es lo mismo de siempre en los países desarrollados: confiar todo a las manos del hombre providencial. Creer que un personaje o individuo, por capacitado y prestigiado que sea, estará en condiciones de conducir exitosamente la relación bilateral sin ayuda de nadie es no solamente ingenuo sino irresponsable y políticamente peligroso.
Insisto, la cancillería y el CNI podrían establecer grupos de trabajo permanentes. El modelo ya existe en otros países. No es necesario inventar el hilo negro ni tampoco hacer una importación indiscriminada de prácticas institucionales. Pueden analizarse varios modelos y adaptar lo mejor de cada uno de ellos a la realidad mexicana.
La creación de esta cooperación interinstitucional sistemática profesionalizará el trabajo de ambas áreas y, con suerte, contribuirá a la creación de un grupo de funcionarios más capacitados. México lo merece.