MAR DE DUDAS

Mar de dudas

El mejor libro que se publicó en México este año es seguramente el ganador al récord Guinness por mayor número de presentaciones públicas: Mar de dudas, de Carlos Bravo Regidor. Subrayo e insisto: el mejor libro mexicano de este año por su contribución al entendimiento de nuestro tiempo con una agradecible perspectiva internacional. Vaya mi reconocimiento al autor.

La obra se ofrece como una colección de entrevistas, que no son tales, sino más bien conversaciones entre Bravo y muy variados pensadores políticos contemporáneos. La distinción es importante, pues en una entrevista uno suele encontrar más preguntas y cuestionamientos. Esa es la fortaleza y la debilidad del libro.

Bravo parece estar de acuerdo en casi todo con los autores: prácticamente no cuestiona sus premisas sino que las reafirma. La parte más chocante del libro es ese afán de echarse porras mutuamente entre académicos. “Qué inteligente observación”, le repiten una y otra vez los entrevistados a Bravo cuando elogia sus obras.

Y Bravo parece empeñado en demostrarles que ha leído todos sus libros. Le emociona recitarlos como si fuera un alumno que busca aprobar el examen oral de su profesor favorito. Un ligero matiz aquí y allá, pero casi nunca se ve interés por desafiar y contrastar las interpretaciones de sus interlocutores con otras lecturas de la realidad ajenas a la academia. A ratos el libro no parece un mar de dudas sino un mar de egos que se acarician mutuamente. Mucho ganará la próxima obra de Bravo si incluye entrevistas con hombres y mujeres de acción como activistas y políticos, en lugar de puros teóricos.

Repito, el libro es muy valioso. Abarca todo tipo de temas, desde el wokeísmo hasta la guerra, pasando por el populismo, la crisis de la democracia, la crítica del liberalismo y la necesidad de nuevos relatos para el futuro. El inconveniente es cuando Bravo desliza por ahí algunos lugares comunes que haría bien en debatir.

Cuestionar

“El genocidio en Gaza”, suelta en alguna parte Carlos Bravo con la ligereza propia de las izquierdas contemporáneas. Ojalá que Bravo entreviste a Bernard-Henri Lévy a propósito de su libro Israel Alone, para ver si se sostiene tan fácil la premisa del supuesto genocidio.

Lo digo como lector interesado, pues realmente sorprende y admira —para bien, evidentemente— la gran capacidad de Bravo de conseguir interlocución con figuras tan destacadas de la intelectualidad internacional. Encuentro, eso sí, un problema serio en el libro: su eurocentrismo un poco pretencioso. La única referencia real fuera de esa órbita es la entrevista a Ece Temelkuran, quien habla fundamentalmente de Turquía, tema que, en el fondo, a pesar del racismo occidental, no deja de ser europeo.

Faltan entrevistas con intelectuales, académicos, pensadores o periodistas asiáticos. Prácticamente nada sobre India o China, no se diga Corea o Singapur; en suma, las naciones del futuro en todos los órdenes, en tanto Europa ya se quedó a la zaga intelectual, científica y tecnológicamente, y se va volviendo crecientemente irrelevante para la comprensión de la coyuntura mundial.

Más o menos como América Latina que, tristemente y a pesar de lo que diga Rafael Rojas, seguirá siendo, como ha sido durante dos siglos, una zona intelectual y científicamente periférica para el pensamiento mundial.

En cambio, el despunte económico, político, tecnológico y militar de las naciones asiáticas no parece despertar mayor interés en Bravo. En todo caso, y a pesar de las observaciones arriba enlistadas, hay que leer y disfrutar este libro. Entiendo que la mejor manera de hacerlo es polemizando con él, retándolo, cuestionándolo. Bravo ha dado muestras de una disposición al diálogo muy diferente de los intelectuales de generaciones anteriores, que siguen aferrados a sus certezas desde hace décadas. Él no, él busca y explora nuevos caminos. Hay que darle la bienvenida a su refrescante iniciativa, felicitarlo y cuestionarlo.

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