La basura de uno es el tesoro de otro.
Fue en 1961 cuando un artista italiano de nombre Piero Manzoni realizó una de las obras “artísticas” más provocadoras y simbólicas en el arte contemporáneo, Merda d’artista (“Mierda de artista”), en una serie de 90 latas numeradas que según su etiqueta contenían 30 gramos de excremento del artista conservado al natural.
Las latas se vendieron en peso oro y, por supuesto, escandalizaron al mundo del arte y siguen generando debates acalorados. ¿Manzoni se estaba burlando? ¿Una crítica? ¿Una genialidad? ¿O un fraude?
Trataremos en este breve texto de desentrañar el sentido más profundo y al mismo tiempo cínico de la pieza, no solo como objeto artístico, sino además como una declaración radical sobre el arte, el valor, el cuerpo y el mercado. Porque la obra es más que una provocación escatológica: es una metáfora enlatada de un sistema que ha convertido el arte en fetiche y el cuerpo creador en mercancía.
Manzoni no trabajó en el vacío. Su obra es heredera directa del gesto de Marcel Duchamp, quien en 1917 lanzó su urinario como una escultura que llamó La fuente (en este espacio ya hablamos de esa obra).
Duchamp había inaugurado el readymade, que no es otra cosa que objetos cotidianos que al ser descontextualizados y firmados se convierten en arte. ¿Será?
El acto de Manzoni, sin embargo, va más allá: no es un objeto ajeno sino el residuo más íntimo y personal natural del cuerpo humano. Lo que es en sí una crítica conceptual se vuelve también visceral, biológica, repugnante.
Fue en la Italia posfascista y posbélica, que comenzaba a entrar de lleno en el capitalismo de consumo. El mercado estaba siendo invadido por los criterios de acumulación, inversión y especulación. El arte no era más creación y expresión, sino también inversión financiera. En este contexto, Manzoni puso sobre la mesa su propio excremento como objeto del deseo. ¿Qué tanto está dispuesto a pagar un pinche loco coleccionista por algo que es, por definición, desecho?
Absurdo
El acto más inteligente de este artista fue envasar su obra según las reglas del mercado. Cada lata estaba sellada, numerada y etiquetada como si fuera un producto de lujo, casi como el caviar. Además, como mencionamos, se vendieron al peso del oro, lo que convirtió el excremento en equivalente simbólico de riqueza. Aquí no existe la ironía gratuita: hay un señalamiento directo del absurdo del mercado del arte y su desconexión con el valor intrínseco de lo que se compra.
La mierda de “artista” posee un nuevo valor. Pero, ¿quién determina el valor? ¿El artista? ¿El coleccionista? ¿La crítica? ¿El mercado?
Manzoni no estaba diciendo que el aura del artista, su firma, su leyenda, su prestigio, es lo que convierte lo abyecto en objeto de culto. No es la belleza, ni la técnica, ni el contenido lo que importa. Es la firma. Es el mito. Es el capital simbólico.
Es por ello que Merda d’artista, paradójicamente, una obra profundamente conceptual, no requiere abrir la lata. De hecho, abrirla destruiría su valor. Lo que se compra no es la materia en su interior sino la promesa, la firma, el gesto; el arte no está dentro de la lata, sino alrededor de ella.
El cuerpo del artista se convierte en fábrica. Es un instrumento de producción que, en lugar de crear objetos bellos genera residuos. Y aun así esos residuos son comercializables si llevan el apellido del genio.
La crítica es feroz: si todo lo que sale del artista es arte, entonces no hay diferencia entre una escultura y su mierda. El gesto irónico de Manzoni empuja al espectador a preguntarse si el arte contemporáneo ha perdido todo vínculo con la experiencia estética o emocional y se ha convertido en especulación emocional.
Hoy en día una de sus pinches latitas de 30 gramos de caca vale alrededor de 275 mil euros.
Después de 30 años de que Manzoni muriera, su amigo Agostino Bonalumi reveló que las latas contienen solo yeso; esto lo dijo al diario italiano Il Corriere della Sera. Sin embargo, ninguna de las 90 latas ha sido abierta, ya que su valor disminuye considerablemente, por lo que se sigue especulando sobre su contenido. Además, como las latas son de acero, no se pueden hacer radiografías o escaneos.
Como sea, a mí me parece una tomada de pelo del artista. Claro que hay que reconocerle cierto mérito en vender mierda como arte. Hay una de estas piezas en el MoMA de Nueva York.