MINIMANUAL DE ESCRITURA (5)

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Vamos a hablar de envidia. Ya sé que no es divertido ni glamoroso: sí muy importante. Y más cuando hablamos de envidia de la mala, esa sensación destructiva que nos pone en la imaginación la imagen de cómo el sujeto de nuestra animadversión pisa una mina y estalla por los aires; a menos que ese deseo oculto se convierta en literatura y no solo en ensoñaciones estériles y dañinas para la autoestima.

En su novela El hombre que fue jueves G. K. Chesterton escribió: “¿Quieren ustedes que les diga el secreto del mundo? Pues el secreto está en que únicamente vemos las espaldas del mundo. Solo lo vemos por detrás, por eso parece brutal”. Eso mismo sucede, creo, con las personas: vemos solamente un fragmento de su mundo y por eso es tan fácil envidiarlas; si pensáramos en ellas como seres que también se enferman, visitan el cuarto de baño y han sufrido los mismos problemas humanos que cualquiera no sería tan fácil juzgar a la ligera.

Todo esto es para decirte que si quieres escribir, enfócate en tu obra. Define un objetivo y empieza a trabajar en él. Deja de compararte, deja de perder el tiempo fijándote en lo que escriben / publican / logran / fracasan / experimentan otros escritores, aunque para ti no sean tan buenos ni tan talentosos comparados contigo.

Y mucho menos tan listos, así que te parece una injusticia que esa grandeza les suceda a ellos y no a ti.

Te tengo una mala noticia: el tiempo que pasas stalkeando sus redes sociales, intentando sabotear sus libros al ponerles una estrella en Amazon o en Goodreads, buscándolos en Google para alimentar tu disgusto (y si luego resulta que, además, tienen parejas espectaculares o consiguieron la beca de tus sueños o van a ir al evento que perseguiste sin conseguirlo o escriben en el medio por el que te dedicaste a esto), tu resentimiento engordará con singular agonía y tu proyecto literario languidecerá por falta de amor, atenciones y dedicación.

Camino

Digo, tú sabes en qué usas tu tiempo, es tu decisión, y si prefieres que sea en odios estériles para tu creatividad, inviértelo en lo que quieras, nada más luego no te sorprendas de que esa gente que tanto odias y sí está obsesionada con su texto en plena creación consiga lo que tú pierdes.

La envidia al éxito ajeno surge de una confrontación con la propia mediocridad y desidia. Es mucho más sencillo hablar mal de alguien e intentar sabotearlo, que mirar hacia adentro para tomarte un café con tus demonios y hacer una negociación sana.

Esto lo sugiero con doloroso conocimiento de causa: durante años quise pertenecer, agradar; me la pasaba viendo qué temas podrían interesarles a los integrantes de los círculos que quería conquistar, con quién se juntaban, cómo podía acercarme a gente que me rechazaba, enojándome cada vez que me dejaban fuera de ferias de libros y presentaciones, alucinando que me miraban feo y desdeñaban cuando quizá ni siquiera sabían de mi existencia.

Esos intentos no me convirtieron en una mejor escritora, sino en una escritora amargada y frustrada con la vida, hasta el punto en que fue intolerable y recordé que lo mío era la libertad, y era esa libertad a quien yo debía honrar.

Funcionó de inmediato, me di cuenta de cuántas puertas tenía abiertas, cuántas manos extendidas, cuantas sonrisas dispuestas; puertas, manos y sonrisas que yo no podía ver ni valorar por andar fijándome en los logros de los demás, desdeñando así los míos.

Entonces mi vida y mi literatura se expandieron hacia caminos nuevos e inimaginables y aprendí que, cuando se trata de libros, escritores y creatividad, hay espacio para todos.

Así que ya sabes: deja de verle la espalda al prójimo y dedícate a celebrar tu propio camino.