MINIMANUAL DE ESCRITURA (9)

Mónica Soto Icaza
Columnas
INSPIRACIÓN LITERARIA

Escribo estas palabras en una libreta de hojas de papel bond blanco de 120 gramos, tamaño media carta; la medida del pliego original fue de ocho cartas, 57x87 centímetros. Después de procesarlo para imprimirle la imagen de un tacón gris en la parte inferior de cada página, cortarla, encuadernarla con espiral blanco con una portada que dice: “No soy la buena ni la mala del cuento, soy protagonista de mi historia. #PorUnaVidaSexy”, al fin puedo deslizar mi pluma favorita, una Lamy Joy roja fuente, con punta de 1.5 milímetros y tinta violeta en mi superficie favorita para escribir, para lo que tuve que fabricar mis propias libretas.

¿Por qué me gusta escribir a mano en un papel específico y con un tipo de pluma y tinta determinado y no en el que sea? Porque tengo predilección por los placeres y hacerlo así es el mayor placer que encuentro al crear.

Además, me causa asombro mirar cómo sale la tinta al dictado de mis dedos y las palabras se quedan impresas en la página: el trazo brillante se seca en dos segundos para permanecer ahí más tiempo del que yo misma existiré en este mundo cual conjunto de tripas con dos pupilas.

Asombros

Ese es justo el tema de hoy: los asombros como motivos / pretextos / génesis / origen / excusa / causa / objeto / fuente / principio para la literatura.

Ir por el mundo con la atención predispuesta hacia el asombro es abrirse a conservar la curiosidad que provoca estallidos de ideas en la mente creativa. Asombrarse mantiene a la imaginación juguetona, al sentido del humor listo para la carcajada; es rejuvenecer la sonrisa en el instante más inesperado.

Me asombra el arte porque en él encuentro las evidencias de la belleza que los seres humanos somos capaces de crear; me ayuda a congraciarme con la humanidad cuando la fe en nosotros se me tambalea. La belleza es irresistible: la Novena sinfonía de Beethoven, los nocturnos de Chopin, los poemas de Gioconda Belli, las pinturas de Remedios Varo, las catedrales, los puentes monumentales —antiguos y nuevos—, las Cuatro Estaciones de Vivaldi, la voz de Ella Fitzgerald, las novelas de Amèlie Nothomb, los cuentos de Julio Cortázar (inserte aquí sus obras favoritas).

Me asombra subirme a un vehículo y llegar a tantos destinos que aguanten las horas (o el presupuesto). Me asombra darle un trago desde una copa aflautada a una bebida de burbujas diminutas que me afloja las piernas y el miedo, y surge de las uvas.

Me asombra que el día empiece y termine con el sol, las nubes y el viento dándonos un espectáculo distinto cada vez, porque no importa cuántas jornadas vivas, no hay ni habrá un cielo igual.

Me asombra cada vez que alguien intercambia sus horas convertidas en dinero por un libro que yo escribí, corregí, edité, transporté y vendí, y más cuando le fascinó y vuelve por otros.

Me asombra desafiar a mis prejuicios cuando conozco a alguien y sé que su rostro, el color de su piel, la suavidad de sus manos, el tono de su voz, su sonrisa, el pigmento del iris, su estatura, son condenas o golpes de suerte (según el caso) y no una elección, como la bondad, la honestidad, el respeto o el sentido del humor.

La existencia se expande a más asombros cuando en vez de enfocarte en límites, te fijas en horizontes; cuando en lugar de enfrentarte con los oídos cerrados a las ideas opuestas, te predispones a comprender sus razones; cuando impones la curiosidad al temor a lo desconocido; cuando te cuestionas hasta tus dogmas más profundos y arraigados; cuando vas por el mundo como un explorador y no como el poseedor de la verdad, porque lo único que podemos conseguir los seres humanos es acercarnos a una mayor cantidad de percepciones de la realidad, que jamás será una absoluta, por mucho que nos esforcemos.

Así que abre los ojos, y goza de este viaje.