NO ES NO

Mónica Soto Icaza
Columnas
DECIR NO

Pocas palabras hay más contundentes que “sí” y “no”. “Sí” es aprobación, aceptación, afirmación, consentimiento. “No” es negación, rechazo, negativa, desaprobación. El significado de ambas es del dominio público, independientemente de sexo, raza, posición social, nivel académico, estado civil, situación laboral, posición en el organigrama, título nobiliario, nacionalidad. En ningún lugar del mundo alguien sería capaz de pronunciar “es que ignoraba qué significa ‘no’”, “es que me dijo ‘no’, pero yo pensaba que era lo contrario”. Si es así, ¿por qué tanta gente interpreta el “no” como “quizás”? Y mucho más cuando se trata de una posible relación amorosa o sexual. Muy conveniente.

El “no” como “tal vez” es una herencia del moralismo impuesto a las mujeres por las reglas de buenas costumbres, muy hechas para mantenernos en calma ante las injusticias, convencidas de que una buena reputación es la llave para atrapar a un buen “partido”, lo que quiere decir que a nosotras nos hace buenas “partidas” ser sumisas, calladas, inocentes e indecisas. Y algo tontas por desconocer el significado de palabras tan básicas del diccionario.

“El cortejo y el noviazgo consistían en un juego extraño: ellos insistían, suplicaban, pedían besos, caricias y roces, pero si ellas accedían, entonces significaba que no se daban a respetar”, explica Coral Herrera en su libro 100 preguntas sobre el amor: La revolución amorosa para jóvenes. Y más adelante apunta: “Los hombres satisfacían sus necesidades sexuales con prostitutas, a las que consideraban mujeres de baja categoría a las que podían maltratar y violar cuando quisieran, solo a cambio de unas monedas. En cambio, a sus novias las respetaban, aunque siempre intentaban sobrepasarse como una manera de demostrar su hombría pero también como una forma de ponerlas a prueba”.

Por desgracia, eso no ha cambiado demasiado en los últimos años.

Insistencia

El “sí” rotundo se sigue identificando con liviandad, desesperación, cascos ligeros, falta de valor, como si el interés genuino y tajante en alguien pudiera hacer a una persona menos estimable. El “no” es para hacerte la difícil, para que te convenzan, para regodearte en la insistencia, porque esa tenacidad es muestra de verdadera predilección y a una mujer respetable ni le interesa el erotismo (como eso es de putas y degeneradas) y no se da tan fácil.

Además, mientras más aparatosa es la insistencia, peor te tachan de insensible o estúpida si insistes en tu “no” original. Flores, serenatas, visitas sorpresa al trabajo, invitaciones al espectáculo de tus sueños, regalos caros, manifestaciones de poderío diversas, todo para intentar comprar tu beneplácito, como si las relaciones fueran un intercambio de tiempo por objetos.

¿Eso no es relativizar el “no”? ¿Entonces cuando una quiere negarse qué debe responder? ¿Cuándo hay que hacer caso y cuándo no?

La situación tiene que cambiar. Las palabras deben significar lo que significan; las acciones honrarlas. Esas estrategias de seducción de pacotilla nada más provocan equívocos; ese juego del gato y el ratón era divertido en los dibujos animados; en la realidad lastima, confunde, causa conflictos, hace de las relaciones campos minados en los que cualquier acción, reacción o respuesta tiene el potencial de hacer estallar la seguridad de los involucrados.

“No” es “no”. “Sí” es “sí”. Si quieres salir con alguien que te interesa, la cita está a un monosílabo de distancia. Si ese alguien no quiere salir contigo, el cambio de planes también está a un monosílabo de distancia. Si la persona resulta que sí quería, pero tuvo reparos en el “sí” para que no la fueras a ver con malos ojos, entonces se lo pierde y tú conservas tu dignidad.