LA ONU HOY

“Sospechosa integración de comités y misiones especiales”.

ONU

Habrá quien diga que una de las instituciones damnificadas por la llegada al poder de Donald Trump en su segunda administración es la Organización de las Naciones Unidas. La realidad es un poco más compleja.

Es verdad que Trump desprecia a la ONU quizá más de lo que de por sí desdeña a las instituciones multilaterales. No obstante, es difícil suponer que sin Trump la ONUgozaría de mucha mejor reputación y momentum. Este organismo desde hace mucho tiempo perdió la importancia con la que fue concebido, entre otras cosas porque el Consejo de Seguridad ya no refleja la distribución de poder global. Ahí está Francia, una potencia cuando mucho intermedia, pero no está India, una de las economías más poderosas de la actualidad y que se volverá más importante en años próximos.

Además, la burocracia de la ONU se ha ido desprestigiando por su incapacidad para resolver problemas. Y si a eso sumamos el crónico impago de cuotas por parte de muchos de los países miembros, es un milagro que la institución siga operando en cualquier sentido.

Sus secretarios generales son cada vez más grises y sus declaraciones, condenas enérgicas a la violencia y llamados a la paz, se han ido volviendo intrascendentes.

De modo que cuando Trump descalificó al organismo en su discurso ante la Asamblea General no fue ni sorpresivo ni novedoso. El presidente de Estados Unidos no es el único insatisfecho con el desempeño de la organización en las últimas décadas.

Desafectos

Y no solo son los mandatarios del planeta quienes tienen quejas respecto de la organización: la desconcertante parcialidad y simpatía del actual secretario general, António Guterres, frente a Vladimir Putin, ha dañado mucho la imagen de la institución como garante de la paz.

La sospechosa integración de los comités y misiones especiales, francamente ideologizados en su tratamiento de temas como el conflicto entre Israel-Palestina o la política identitaria y el wokismo, le han granjeado a la ONU profundos desafectos entre la opinión pública internacional. A eso debemos agregar la embestida de grandes transnacionales opuestas a la agenda de combate al cambio climático, una de las banderas de la organización donde sí podía presumir cierta autoridad moral.

En suma, en un clima de ascenso de nuevos nacionalismos autoritarios, de rechazo a la cooperación multilateral y de reivindicación de una viejísima concepción de soberanía, la ONU enfrenta conflictos realmente serios. El problema es que ya a casi nadie le importa y no hay la disposición para reformarla. Las grandes potencias prefirieron trasladar la discusión de conflictos a espacios como el Grupo de los 20 (G20) o incluso cumbres bilaterales o trilaterales. Esto quiere decir que la ONU se irá quedando en los márgenes, ya no digamos superada, sino ignorada por todos los actores de poder real en el escenario global. Esto no es bueno para nadie.

Con la ONU sucede lo mismo que con muchas instituciones políticas domésticas: si no existiera, tendríamos que inventarla, como descubrieron los ganadores de la Segunda Guerra Mundial.

El problema es que su diseño interno no puede seguir siendo el mismo en el siglo XXI que en el anterior y aunque haya propuestas para reformarla, nadie tiene interés en invertir capital político para mejorarla.

Así la arquitectura internacional en la era populista.

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