En días recientes el New York Times publicó un magnífico ensayo sobre el ascenso de los partidos así denominados de “ultraderecha” en Europa. Ahí revisa la trayectoria de líderes centristas como Macron (Francia) y Starmer (Reino Unido) en su tentativa por neutralizar el avance de los partidos de extrema derecha. De acuerdo con el texto y, desde luego, con las encuestas y resultados electorales recientes, han fracasado rotundamente.
En cambio, la primer ministro danesa ha logrado, si no el retroceso de la ultraderecha, cuando menos la contención temporal de su crecimiento electoral. La razón principal que se aduce fue la voluntad firme de atacar la migración como preocupación centralísima de los votantes. Aparentemente, Dinamarca endureció sus restricciones a la migración y además se dio el lujo de expulsar a muchos migrantes. Adicionalmente, se reforzaron medidas de política social para sectores locales desfavorecidos por la globalización.
El NYT culpa a Macron y Starmer por no haber tenido la sensibilidad de atender esos temas en forma prioritaria; de ahí que calcule que tanto Francia como el Reino Unido estén en la antesala de gobiernos de ultraderecha.
Ahora bien, lo que no se observa en el texto del rotativo neoyorquino es una reflexión sobre un posible cambio cultural.
¿Qué tal que la sensibilidad ideológica de las poblaciones esté girando a la derecha más allá de cuestiones materiales como la migración?
A lo mejor asistimos a un cambio de valores, especialmente entre los jóvenes, hartos de la tendencia políticamente correcta del progresismo.
Empezamos a ver un resurgimiento de la religión como centro identitario, pero también una revaloración de la familia tradicional, el matrimonio y los roles de género más convencionales. El wokismo en retirada, pues.
Uno puede preguntarse qué tan duradero será el cambio, pero el hecho es que hoy está vigente. Además, si es un hecho que el cambio ideológico se instalará electoralmente en los gobiernos europeos del futuro inmediato, uno tiene que considerar cómo las administraciones de ese signo suelen coquetear con Rusia. Da la impresión de que Putin está logrando alinear a Europa de su lado sin necesidad de declararle abiertamente la guerra. Mediante el patrocinio de candidatos, partidos y movimientos derechistas, está consiguiendo operar un rediseño geopolítico en Europa.
Reacomodo
Es posible que Europa transite hacia un modelo abiertamente antiliberal y quizás incluso antiestadunidense. La falta de empatía trumpista con Europa contribuye a ese panorama.
¿Estamos viendo entonces el reacomodo de las esferas de influencia en el mundo? Un continente americano bajo el control estadunidense y un continente europeo alineado con Rusia, si es que ese escenario se manifiesta como estamos diciendo.
La pérdida de sus aliados europeos no será en beneficio de Estados Unidos, aunque hoy parezca irrelevante. Conforme más países se alineen con Putin, resultará más compleja mantener la integración comercial planetaria con la cual alguna vez soñó la globalización liderada por Estados Unidos.
Y para nosotros en México se antoja cada vez más lejana la restauración de un orden liberal internacional, que fue el impulsor principal de la liberalización y democratización nacional.
Vale más anticiparse al mundo que viene, con esferas de influencia duras y valores crecientemente conservadores.

