EL PRESTIGIO PERSONAL EN LA POLÍTICA

“Debemos evitar el insulto y la denostación”.

Javier Oliva Posada
Columnas
PRESTIGIO PERSONAL EN LA POLÍTICA

Lo podemos observar con nitidez en el caso de las aspiraciones presidenciales de Donald Trump y, aunque se lea obvio, hay que reiterarlo: solo los convencidos de los valores y la práctica de la democracia pueden representarla, sea como gobernantes (en cualquier ámbito) o como funcionarios y servidores públicos.

La demostrada conspiración del excandidato republicano en los comicios de 2020 y la imposición de una sanción penal debería (es de esperar) impedir por principio de civismo cualquier motivación para participar en las elecciones de noviembre de 2024. Contar con base social no lo hace confiable como representante de una de las tres democracias liberales en las que se funda nuestra modernidad política. Las otras dos son la francesa y la inglesa. Todas emergen de manera simultánea para cambiar la historia de la humanidad.

Desde luego que en México, en el inicio de la carrera por la elección presidencial, también gravitan en el ánimo de las organizaciones sociales, partidistas y de todo tipo interesadas de una u otra forma en el desarrollo de la política y la democracia del país los perfiles, antecedentes, desempeño, capacidades y limitaciones de las y los candidatos.

Recordemos que hay 18 mil 299 cargos que se pondrán en disputa por el voto ciudadano en 2024, considerando la totalidad de los comicios locales. Para cada cargo habrá por lo menos tres aspirantes y con ellos el registro por ley de propuestas y plataformas legislativas y de gobierno. Pero a la vez, como se apuntó, la personalidad desempeña un papel clave para acercar o distanciar a los aspirantes respecto de la base electoral.

Hay casos contemporáneos muy polémicos en cuanto a las capacidades y el ejercicio del liderazgo democrático. Por ejemplo, el ruso Vladimir Putin o alguno de los gobernantes en África, así como de varios presidentes en Latinoamérica. En la historia contemporánea sin duda que la relación entre democracia, desarrollo, calidad de vida y justicia social van entrelazados y son argumentados, conducidos y puestos en práctica justo por esos líderes que deciden hacer de su estilo personal una especie de encarnación de los valores de la democracia. Difundir y propalar los beneficios de la pluralidad y la tolerancia sin ponerlos en práctica no contribuye a las prácticas sociales análogas y sí, en cambio, abona en sentido contrario: a la intolerancia y la polarización.

Oportunidad

La convivencia es una de las muestras fehacientes en la calidad de la práctica cívica. Mal estamos cuando los principales delitos o investigaciones abiertas en el Ministerio Público en las zonas urbanas son los de “violencia vecinal”. Así no hay sistema social que pueda resistir los embates, de forma clara y evidente, de minorías criminales bien organizadas.

De ahí que aun en el ambiente natural de crispación que generan las campañas electorales, fincarlas en la exclusión o, peor aún, en la denostación sistemática de “las otras y los otros” siempre —ley marxista de la historia— se revierte contra sus promotores.

Por eso reforzar las bases de la democracia representativa implica una oportunidad, quizá la más importante, para darle mayor profundidad a los compromisos colectivos, sobre todo vecinales, para procesar los antagonismos que en el caso de México implica la delincuencia organizada y común.

Debemos, sin excepción, tomar en serio las limitantes de la descalificación, evitar el insulto y la denostación o, peor aún, como en el mal ejemplo de Trump, el actuar con trampas y manipulación contra los procesos ciudadanos manifestados en las urnas.

Esa realidad de ninguna forma puede cambiarse o alterarse. Ya se demostró.