PREVENCIÓN Y ATENCIÓN DE TRASTORNOS ALIMENTICIOS EN JÓVENES

“Observar, escuchar e informarse”.

 TRASTORNOS ALIMENTICIOS EN JÓVENES
Lorena Ríos
Columnas
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Los trastornos de la conducta alimentaria son afecciones graves y complejas de salud mental que pueden derivar en bulimia, anorexia y/o atracones, que a su vez provocan desde afectaciones a la capacidad de desempeño de quien lo padece hasta riesgos para sus vidas.

Mientras a nivel mundial, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), habría 14 millones de personas con trastornos de alimentación —incluyendo tres millones de niños y adolescentes—, en México se calculan 22 mil casos anuales de este tipo de alteraciones nutricionales, principalmente en jóvenes de 13 a 18 años.

La mayoría de los trastornos de la alimentación se caracterizan por fijar la atención de manera excesiva en la figura corporal, el peso y la comida; y quienes los padecen suelen tomar medidas extremas para controlar su alimentación, lo que desencadena desnutrición, trastornos emocionales y conductuales.

Sin embargo, con un tratamiento e intervención temprana las personas pueden recuperarse y superar esta condición.

Los trastornos de alimentación son más frecuentes en las mujeres (nueve de cada diez casos), pero los hombres representan 25% de las personas con anorexia nerviosa y corren un mayor riesgo de morir por un diagnóstico tardío, precisamente al asumirse que no padecen estos trastornos.

Por ello es fundamental identificar las señales de alarma para una intervención oportuna y eficaz.

Mónica Magaña Reyes, nutrióloga y educadora en Diabetes y Obesidad, explica que en la actualidad idealizar un tipo de cuerpo derivado de lo que se consume en las redes sociales provoca que los más jóvenes y adolescentes busquen asimilar esas imágenes.

“La familia puede identificar en los miembros más jóvenes si tienen comportamientos diferentes, si se aíslan. Respecto de la comida, puede que empiecen a rechazar ciertos alimentos o grupos de comida, que mencionen que no quieren consumir carbohidratos o que tiene mucha grasa tal platillo. Este tipo de comportamientos o frases que llegan a enunciar nos pueden dar una luz de que están ante un posible trastorno de alimentación y es necesario acudir con un especialista de la salud”, comparte la especialista.

En problemas como anorexia y bulimia, a diferencia de lo que se piensa que son pacientes extremadamente delgados, esto no se verá en las primeras etapas del trastorno. “Pueden tener el trastorno y no perder peso, pero además existe otro problema: que tiendan a darse atracones y les lleve a ganar peso. Físicamente no es tan fácil detectarlo, pero en el comportamiento sí. Las actitudes ante los alimentos y aislarse deben ser focos rojos para los adultos que están a cargo”.

Factores desencadenantes

Estos trastornos de la alimentación “pueden desencadenarse por diversos factores sicológicos, emocionales, conductuales, sociales o biológicos; sin embargo, con un tratamiento e intervención temprana las personas pueden recuperarse”, explica por su lado Mariana Villaseñor Saucedo, nutricionista en Ever Health.

Añade que “la mayoría de los trastornos de la alimentación se caracterizan por fijar la atención de manera excesiva en la figura corporal, el peso y la comida; y quienes los padecen suelen tomar medidas extremas para controlar su alimentación”.

Entre las principales señales de alerta destacan tres: la alimentación, el estado emocional y el aspecto físico.

A veces en el aspecto de la alimentación podrían darse comportamientos que parecen saludables, porque si una persona con este padecimiento empieza una dieta podría suponerse que está cuidando su alimentación, pero trastornos como la bulimia o la anorexia nerviosa van más allá de ser selectivos con la comida: son enfermedades complejas que requieren atención.

Entre los indicadores de atención en la alimentación están adoptar dietas muy restrictivas o la restricción total de alimentos, saltarse las comidas, centrarse demasiado en la alimentación saludable, comer de manera compulsiva o desmesurada, provocarse el vómito después de comer o tomar suplementos dietéticos.

Y las señales en el aspecto físico incluyen un cambio drástico en el peso corporal, ya sea en pérdida o aumento de peso; pérdida de masa ósea; alteraciones en la piel; alteraciones hormonales, que en las mujeres se reflejan en irregularidades en el ciclo menstrual; debilidad muscular; molestias gastrointestinales y calambres estomacales; pérdida del esmalte dental; falta de concentración, y problemas de sueño, por mencionar los más comunes.

En el aspecto conductual y emocional algunas personas que padecen este tipo de trastornos pueden practicar rutinas de alimentación inusuales, como cortar la comida en trozos muy pequeños, comer por grupo de alimentos o evitar comer en público.

Generalmente presentan angustia, ansiedad, depresión, culpa o compulsión. También se puede observar una preocupación excesiva sobre la imagen corporal, ya sea por verse más delgados o por querer estar muy “marcados”, por lo que se miran con frecuencia al espejo para criticarse. Además, pueden evitar las actividades sociales normales, ejercitarse en exceso y mostrar irritabilidad, por lo que las relaciones familiares y sociales se vuelven conflictivas.

Enfoque integral

Es importante observar, escuchar e informarse, ya que un diagnóstico tardío representa mayor riesgo de muerte.

“Si notas que un ser querido se ha vuelto más obsesivo y restrictivo con la alimentación, aunado a comportamientos conductuales como los antes mencionados, y observas cambios drásticos en su físico, lo recomendable es manifestar la preocupación por su bienestar confrontando datos concretos sobre conductas que no tenía previamente, de manera amable y sin prejuicios, ofreciéndole apoyo para escuchar su sentir y acompañarlo en la búsqueda de atención profesional”, recomienda la sicóloga clínica Daniela Reyes Cortés.

Por último, un tratamiento idóneo prevé un enfoque integral con un profesional de la salud mental experimentado en el tratamiento de trastornos de la alimentación, un nutricionista y un médico de atención primaria.

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