En el número anterior de esta prestigiosa revista (Vértigo #1276) se publicó una columna de América López titulada El silencio de los inconscientes. Si leyeron su texto sabrán que mi compañera de páginas planteaba una pregunta urgente para estos tiempos infelices que vive nuestra República: ¿por qué carajos la juventud no se indigna y sale a protestar por la violencia y la destrucción de la democracia?
América proponía una explicación sociológica y política, argumentando que las dádivas del gobierno y las mismas emanadas de TikTok y demás redes sociales mantienen a la sociedad en un estado de perpetuo letargo y complacencia. Su acercamiento a este tema me parece acertado, pero quisiera extender su análisis para incluir una nueva variable: la variable biológica.
Como apunta el historiador Yuval Noah Harari, los seres humanos simplemente no estamos construidos para procesar los ciclos informativos actuales. A nivel biológico, nuestros cerebros no se encuentran programados para digerir información noticiosa las 24 horas del día, los siete días de la semana.
El culpable aquí (para variar) son las redes sociales, el medio por el cual la mayoría de nosotros recibe información sobre el mundo y la política. Como hemos discutido antes, estas plataformas se diseñan algorítmicamente para generar adicción, detonando toda clase de estímulos neurológicos (dopamina, oxitocina…) que las vuelve igual de excitantes que la comida, el sexo o las drogas.
Peor todavía es que los contenidos beneficiados por el algoritmo para viralizarse son aquellos que atentan contra nuestros sentimientos de indignación, enojo o rabia, lo que nos mantiene en un estado de alerta y tensión permanente.
Responsabilidad
Regresando a la pregunta de América, uno podría creer que esta constante exposición a los numerosos problemas que enfrenta nuestro país podría funcionar como detonador para motivarnos a protestar y exigir un cambio. Pero no, por desgracia las cosas no funcionan así.
Harari indica que los humanos funcionamos por ciclos. Nuestros cerebros necesitan una división entre día/noche, actividad/descanso, etcétera. Lo mismo ocurre con el consumo de noticias. Hace apenas unos años teníamos ciclos para esta actividad, donde uno leía el periódico por la mañana, pasaba el día en otros asuntos y quizá recibía otra dosis de información con el noticiero nocturno de la televisión.
Hoy las redes sociales destruyeron estos ciclos, llevándonos a una sobreexposición de información que termina por paralizarnos. Esto se relaciona con la “paradoja de la elección”, que explica cómo las personas se abruman cuando les presentan muchas opciones. Pues de igual manera, hoy nos encontramos completamente aturdidos por un consumo constante de contenido que nos causa indignación.
América argumentaba que era el contenido chatarra que nos llega a través de las redes sociales lo que nos volvía estúpidos e inertes, pero consideremos que incluso la información de calidad, en sobredosis, nos perturba y trastorna el cerebro y nuestra capacidad para actuar.
Debemos recordar que la indignación es igual a cualquier otro recurso natural: es finita y se agota; y por esta misma razón necesitamos priorizar dónde vamos a invertirla. Ante cientos de temas indignantes que el algoritmo coloca frente a nuestros ojos diariamente, es imposible jerarquizar y elegir la mejor ruta para generar un cambio.
La visión cándida para solucionar este problema sería cerrar inmediatamente las redes sociales y regresar a un consumo cíclico de información noticiosa. Pero todos sabemos que esto simplemente no ocurrirá. Entonces la solución es otra: si queremos salir del letargo que nos paraliza frente a los graves problemas de México, debemos elegir una problemática —solamente una— y enfocarnos seriamente en ella. Hacer una “dieta de información”, como diría Harari, para poner en orden nuestras mentes enfermas por esta sobredosis de miedo, enojo y odio.
Ya se los había mencionado en una columna de antaño: la indignación es finita y se agota. ¡Es tu responsabilidad usarla de forma inteligente!