En 2022, al inicio de todo el conflicto, nadie creía ni siquiera que pudiera estallar una guerra entre Rusia y Ucrania. Ya iniciadas las agresiones, muchos aún se resistían y apostaban a que todo se resolvería en apenas unas cuantas semanas.
Hoy llevamos ya más de mil días de guerra y se cierne cada vez más una amenaza de tercera guerra mundial que debe poner a muchos a pensar.
Cada vez más se configura un bando occidental del lado de Ucrania, apoyado por la OTAN y Estados Unidos a la cabeza, y del otro lado Rusia, China y Corea del Norte, todos con arsenal nuclear que no dudan en amenazar con ponerlo sobre la mesa cuando se tensan los ánimos.
A ello debe sumársele el conflicto en Oriente Medio, con Irán como la otra gran potencia de esa región que le ha plantado cara a Israel y que termina de configurar este panorama aterrador con las principales potencias armamentistas estirando al máximo las cuerdas de la tensión bélica mundial.
El papel de Estados Unidos y Joe Biden en sus últimos dos meses de mandato será crucial para Ucrania, que desea arrebatarle a Rusia la península de Crimea y para ello comenzó ya con el uso de misiles de largo alcance, de manufactura gringa, que amenazan con elevar las tensiones aún más.
La contra fue el despliegue de diez mil soldados norcoreanos en territorio ruso para combatir en Ucrania. En fin, que nadie lo desea, nadie ni siquiera piensa en ello como una amenaza real, pero las piezas se están acomodando de un bando y del otro, por lo que no se puede descartar nada. Al tiempo.
Traiciones
En otro tema radicalmente distinto les cuento que se presentaron en el Club de Industriales sendas biografías políticas de dos priistas de distintas épocas, pero unidos por un destino en común: la traición.
Les hablo de Ramón Aguirre, exregente de la Ciudad de México, y Francisco Labastida, excandidato a la Presidencia de la República, quienes sufrieron un poco lo mismo: el abandono del Ejecutivo en funciones, que aun siendo del mismo partido tenían un ego personal importante y un deseo de pasar como los grandes demócratas y en realidad traicionaron a su partido y a su país.
A Aguirre, habiendo ganado la elección, el presidente Carlos Salinas lo obligó a renunciar a la gubernatura de Guanajuato para darle entrada ilegal a un panista. A su vez, Labastida también sufrió de parte de Ernesto Zedillo el abandono y la traición que hizo el presidente a su partido, pues no lo apoyó en nada; bueno, ni dinero le dio.