TARTAMUDA Y RESPONDONA

“Luchar se convierte en tu modo de vida”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Luchar es tu nuevo modo de vida

Soy Mónica y soy tartamuda. Soy tartamuda y no tengo un pelo de muda. Soy tartamuda y parlanchina. Soy tartamuda y respondona. Soy tartamuda y elocuente. Soy tartamuda y atrevida. Soy tartamuda y por eso debí aprender a abrir la boca, y cuando te abres, es inevitable que te entre el mundo al cuerpo, a las neuronas, a los cinco sentidos con los que interpretas la vida.

He dominado hasta tal punto la tartamudez que de pronto se convierte en un dato curioso más en mi bitácora de datos curiosos, pero hace unos días se manifestó con tal intensidad en medio de una conversación, que me hizo olvidar el contenido de la plática y a mi interlocutor, como si hubiera esperado por años para volver en papel protagónico y así recordarme mis límites.

Según la Asociación Mexicana de la Tartamudez, “la tartamudez, también llamada ‘disfemia’, ‘trastorno del lenguaje’ o ‘balbuceo’, es un trastorno del habla que interrumpe el flujo normal y hace que se repitan ciertas palabras o sonidos”. Se estima que en México somos 1.5 millones quienes convivimos con este problema. Sí, problema, porque, optimismos aparte, no poder comunicarte bien en una sociedad hipercomunicada es un asunto complicado, y más en esta era de videos virales y mensajes de voz en WhatsApp. La buena noticia es que los problemas existen para resolverlos.

Posible solución

Aunque no se conoce una causa contundente para la tartamudez, y si llegas a adulto con ella es muy probable que jamás desaparezca, sí sabemos de diversas alternativas para ayudar a mejorarla, que incluyen terapias del lenguaje, hipnosis y otras técnicas, ninguna de las cuales estaba a mi alcance, así que la necesidad me llevó a descubrir mi propia manera: dejar de preocuparme por ella y quitarla de la prioridad en mis pensamientos.

¿Te imaginas el sufrimiento de una adolescente tartamuda en secundaria, esa época en que tus compañeros de la escuela buscan el mínimo defecto para convertirte en la comidilla? Por eso aprendí que lo mío eran las páginas de los libros, la tinta sobre el papel, convivir lo menos posible con los demás para evitar lo más posible el riesgo de mostrar que mi manera de hablar era diferente y, bien lo sé, la mayoría de la gente se asusta con lo diferente.

A pesar de mis esfuerzos no pude esconderla y en esa época descubrí los primeros indicios de una posible solución: hablé, se burlaron de mí, respondí burlándome más de mí, me dejaron en paz. Y luego todavía hay quien se sorprende de que me haya vuelto tan descarada.

Después entré a la universidad y el terror: clase de locución. Me tocó un maestro empático que deseaba ayudarme al ver mi sufrimiento frente al micrófono. No lo dejé, tomé su condescendencia como reto y ¡lo logré! Y luego todavía hay quien se sorprende de que me haya vuelto tan peliaguda.

En mi primer trabajo mi jefe me pidió hacer diez llamadas a la semana. Hablar por teléfono es otra tortura. ¿Iba a perder esa oportunidad laboral, la de mis sueños, por mi miedo a hablar? Claro que no. Respiré hondo y profundo, levanté la bocina, marqué el número, me respondieron, me trabé, me colgaron, volví a marcar, me respondieron, dije lo que debía decir. Colgué. Y luego todavía hay quien se sorprende de que me haya vuelto tan valiente.

Parecen pequeñeces, no lo son: para quien la vida intentó callar por azares del destino, cada conquista cotidiana es un verdadero triunfo. Con la tartamudez te acostumbras a luchar hasta para hablar y, entonces, luchar se convierte en tu modo de vida.

Ahora me trabo de vez en cuando. Cuando leo mis poemas me preocupo más por decirlos completos que por matizar mis palabras con teatralidad y sé que siempre voy a hablar chistoso, pero voy a hablar como yo. Como dijo el gran Julio Cortázar con todo y su paladar hendido: “Más vale hablar mal siendo uno mismo”.