2025: UN MUNDO SIN FRENOS

2025
Columnas
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El error más común al mirar 2025 es creer que fue un año de eventos. No lo fue. Fue un año de estructura. Y las estructuras, cuando se mueven, no hacen ruido inmediato: crujen en silencio. Para entenderlo de nada sirve un recuento de cumbres, guerras o elecciones, ni un ejercicio de señalar culpables —Trump, China, Rusia o el demonio geopolítico de moda— como si el sistema internacional dependiera del temperamento de un solo actor. Mirarlo así es perder lo esencial.

Lo que ocurrió fue algo más incómodo: el orden mundial se vació desde dentro. Contrario a lo que muchos creen, no estamos ante el fin del liberalismo sino ante su desgaste funcional. El sistema sigue ahí pero ya no ordena. Existe pero no disciplina. Las “reglas” siguen ahí: la diferencia es que ya nadie teme violarlas.

Durante ocho décadas el orden internacional no fue solo un conjunto de instituciones, sino una expectativa compartida: que el poder tendría límites, que la fuerza bruta sería costosa o que la cooperación era más rentable que el conflicto.

Este entramado —conducido, custodiado y a veces impuesto por Estados Unidos— no era un ideal moral sino una estructura de contención. En 2025 esa expectativa se resquebrajó. No por una rebelión frontal, sino a través de una retirada silenciosa del compromiso con las reglas.

Consecuencias

Cuando Estados Unidos dejó de ver el orden que construyó tras la Segunda Guerra Mundial como un activo estratégico y empezó a medirlo en términos transaccionales, el mensaje fue devastador: las reglas ya no son principios, son fichas. Y en política internacional, cuando las reglas se vuelven opcionales el vacío se vuelve poder.

China lo entendió mejor que nadie. No intentó sustituir el sistema; lo habitó. Amplió su influencia no con rupturas espectaculares sino ocupando los huecos: financiamiento, infraestructura, arbitraje, dependencia. Rusia, en cambio, apostó por la corrosión al demostrar que nadie acudiría al rescate cuando las “líneas rojas” fueran violadas.

El resultado no fue el nacimiento de un nuevo orden multipolar sino el inicio de algo más peligroso: instituciones en pie, pero vaciadas por dentro, convertidas en cascarones decorativos. Un mundo donde las normas existen pero no disuaden. Tratados que se invocan pero no se respetan.

Muchos celebran este momento como el ocaso de una hegemonía problemática. Pero esa lectura omite una verdad incómoda: los vacíos de poder no producen justicia, producen disputa. Y en esas disputas rara vez ganan los más débiles.

Este no fue el año en que el mundo explotó. Fue el año en que dejó de sostenerse por inercia. Y cuando el andamiaje global se vacía no hay ideología que lo rellene de inmediato. Solo poder. Y sus consecuencias. Porque al final, como advierten incluso los críticos más feroces del viejo orden, lo verdaderamente peligroso no es que el sistema sea injusto. Es que deje de existir uno que contenga al caos.

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