Hace unos días Mein Kampf, el libro escrito por Adolf Hitler, cumplió 100 años de haber sido publicado. Quizá sea el libro más influyente del siglo XX al ser la biblia nazi, pero parece que nadie quiere tocarlo actualmente: luego de la Segunda Guerra Mundial el libro y las ideas de Hitler se convirtieron en un tabú.
Como bien señala Marc Bassets en su columna Mein Kampf, un siglo de radioactividad (El País), el libro es “radioactivo”: se oculta, se susurra sobre él y de hecho está prohibido en muchos países de Europa. Pero las ideas no mueren así; en la oscuridad de la prohibición estas ideas florecen como hongos putrefactos y se expanden en el siglo XXI.
La retórica utilizada en el “libro maldito” es engañosamente sencilla: “Nosotros contra ellos”, un discurso que si prestamos atención sigue latente un siglo después. Lo vemos diariamente en plataformas como X: la glorificación de los nazis, la deshumanización de migrantes, la xenofobia, el enaltecimiento de la “cultura blanca”, la normalización de campos de concentración para migrantes, la crueldad, la violencia y la búsqueda de poder a través de la fuerza. En una frase: el fascismo está de vuelta.
¿Al sol?
Hemos visto que la prohibición de este “libro maldito” no ha aminorado su influencia. Por el contrario, en la oscuridad, estas ideas se incuban y son todavía más peligrosas. Entonces, ¿deberíamos sacarlas a la luz? Analizar minuciosamente su contenido, atacarlo, ridiculizarlo, someter sus ideas tóxicas a la lupa de la ética, la moralidad y el humanismo.
Claro, algunos pueden decir que esto solo les dará una plataforma a los nuevos seguidores de Hitler, pero lo que no comprenden es que ellos ya están entre nosotros, con numerosas plataformas a su disposición. Lo hacen bajo el argumento de defender la “patria”, en discursos que promueven miedo y odio, en los líderes mundiales que construyen su poder dividiendo.
A 100 años podemos ver que esconder Mein Kampf no ha funcionado. Entonces, tal vez el mayor acto de resistencia para no cometer los mismos errores es enfrentarlo. Como reza el dicho, “el sol es el mejor desinfectante”, y tal vez sea hora de sacar al sol a estos hongos putrefactos.