UNA ARRIESGADA CONTRAOFENSIVA

“Las dimensiones de la tragedia no dejan de crecer”.

Lucy Bravo
Columnas
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Después de meses de especulaciones la tan esperada contraofensiva ucraniana parece estar finalmente en sus etapas preliminares. Para muchos este asalto podría cambiar el rumbo de la batalla por Ucrania, al igual que el asalto aliado a las playas de Normandía alteró la trayectoria de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, también podría orillar a Rusia a radicalizar su posición antes de que las fuerzas ucranianas puedan mantener cualquier avance.

Si Ucrania puede hacer retroceder a un ejército ruso ya inestable, tiene la posibilidad de obligar a Moscú a negociar el fin de su fallida invasión. Pero si Ucrania fracasa, sería un duro golpe para un país agotado por la batalla y podría mermar el apoyo de algunos miembros de la OTAN.

Esto sin mencionar la cuenta regresiva que corre en el calendario electoral estadunidense, donde la posible llegada de un gobierno republicano no afín a la causa ucraniana cerraría la llave del apoyo militar y financiero.

Hoy, a más de un año de conflicto, lo que puede pasar desapercibido para quienes miran desde lejos no es solo lo que sucede en cada batalla, sino también el precio humano que se está pagando todos los días. Incluso una victoria extraordinaria de Kiev, ya sea liberando territorio o atacando y destruyendo formaciones rusas, costará la vida de un gran número de combatientes, muchos de los cuales eran maestros, agricultores, ingenieros o artistas hasta que se les impuso la guerra.

A lo largo del último año la guerra pasó de ser una invasión desde múltiples frentes a un conflicto de desgaste concentrado en gran medida en el este y el sur de Ucrania. Imaginen una línea de aproximadamente mil kilómetros de trincheras de lodo entre las fuerzas ucranianas y rusas. Un cara a cara con la muerte todos los días. Como si se tratara de la Primera Guerra Mundial, la guerra de trincheras ha regresado a Europa.

Central nuclear

A pesar del desequilibrio enorme de fuerzas entre ambos ejércitos, hoy la lucha se centra en ganar centímetros de tierra; y una escalada en la táctica ucraniana sin tener un alto porcentaje de certeza de que pueden ganar desencadenaría fuerzas que hasta ahora el presidente Vladimir Putin no ha estado dispuesto a utilizar. Para muestra, la destrucción de la presa de Nova Kajovka: mientras Kiev y Moscú se acusan entre sí por el ataque a la infraestructura, los habitantes de las poblaciones situadas en las orillas del río Dniéper sufren las consecuencias del desbordamiento de la presa, que causa el desplazamiento de más de 17 mil personas.

Hasta la guerra tiene reglas. Estas se establecen en tratados como los llamados Convenios de Ginebra, junto con otras leyes y acuerdos internacionales. Las fuerzas militares no pueden atacar deliberadamente a los civiles, ni a la infraestructura que es vital para su supervivencia; y el caso de la presa de Nova Kajovka es un claro ejemplo de ello. Las dimensiones de la tragedia no dejan de crecer.

La importancia de la presa es que tiene un vasto embalse que suministra agua que sirve para la refrigeración de la planta nuclear de Zaporiyia, ubicada 160 kilómetros río arriba. Pero apenas el jueves pasado el operador de la represa advirtió que las reservas de agua ya no bastan para enfriar los reactores de la central atómica.

Y esto solo subraya el temor de que lo peor podría estar por venir.