Críticos tan severos de Donald Trump, como el gran intelectual republicano David Frum en The Atlantic, han debido reconocer el éxito impresionante del presidente estadunidense en su política respecto de Irán.
Pese al escepticismo inicial de numerosos actores y comentaristas, quienes juraban que habría reacciones violentísimas de Irán y sus lacayos terroristas, la administración Trump salió avante con sus objetivos sin necesidad de incurrir prácticamente en ningún costo. El trabajo de inteligencia, los primeros bombardeos y el costo de imagen internacional lo cargó Israel. El daño al régimen iraní es innegable y su debilitamiento estructural también.
No obstante, Trump dio el puntapié final con los bombardeos que consumaron la destrucción de las instalaciones nucleares iraníes. Durante décadas, fueron varios presidentes de Estados Unidos quienes evaluaron como demasiado riesgoso un ataque tan frontal a Irán. Trump no se arredró y está cosechando un triunfo indiscutible. Se ha presentado como el defensor de los valores occidentales frente a la cobardía de otros gobernantes estadunidenses y extranjeros que no quisieron plantarle cara a Irán.
Cierto, lo hizo saltándose la legislación norteamericana que le obligaba a consultar al Congreso y también el Derecho Internacional. Nada de eso importa, ante su base y mucho más allá, Trump puede presumir que logró lo que otros ni siquiera intentaron.
Además, Israel mostró su agradecimiento público por el apoyo norteamericano y acordó (veremos si cumplirá) sentarse a la mesa de negociación de paz. Lo que no está claro es que Israel haya abandonado su idea de cambio de régimen en Irán y la posibilidad real de lograr eso sin colocar en el poder un gobierno aún peor. Además, gente como John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional en la primera administración Trump, desliza la idea en los medios de comunicación de que todavía no se tiene información completa y quedan algunas instalaciones nucleares iraníes por destruir.
Fines
Algunos más afirman que en caso de organizarse elecciones democráticas y libres en Irán, el actual régimen o cuando menos sus partidarios volverían a ganar el poder si se presentan con otro nombre. No por una popularidad masiva, que no tienen, sino porque son la única fuerza política verdaderamente organizada en Irán.
Sus opositores y los disidentes son actores dispersos que no disponen de experiencia política alguna en la medida que llevan décadas relegados del poder. Tanto es así, que el temor es que si llega un grupo nuevo, reformista y medianamente prooccidental, su impericia política y desconexión con las masas populares hará de ellos un gobierno aislado de la calle. Por tanto, eventualmente colapsaría, llevando a Irán a la anarquía.
Además, Philip Gordon, especialista en Oriente Medio, señala que destruir instalaciones nucleares no es lo mismo que destruir la capacidad de autoría intelectual de instalaciones nucleares. En otras palabras, los científicos, ingenieros y personal administrativo que desarrollaron las instalaciones hoy destruidas, quedaron en la calle. Nadie sabe si trabajarán en un programa militar similar con el próximo gobierno, si se reinventarán como consultores independientes para gobiernos extranjeros o, peor aún, si serán contratados por organizaciones terroristas.
En suma, resulta innegable el éxito trumpista en la consecución de sus fines militares. Está por verse si él y su aliado Benjamin Netanyahu tienen éxito en sus metas políticas en Irán.