YA NO

“¿Seguir mirando a las otras mujeres como competencia?”

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Algún día me sentí orgullosa de escuchar “no eres como las otras mujeres”. Algún día me sentí orgullosa de poseer actitudes y habilidades “masculinas”, como la facilidad para conducir y estacionarme o mi propensión a ser práctica. Ya no.

Algún día me divertí percibiendo la incomodidad, el corazón acelerado, los suspiros de resignación, el trago de saliva para aclarar la garganta de otras mujeres por la manera en que sus parejas me miraban. Ya no. Algún día mi inteligencia, la cantidad de libros que he leído, mi facilidad para ejecutar proyectos me hizo sentir superior a otras mujeres. Ya no.

Algún día competí con otras mujeres por la atención, el amor o las palmadas en la espalda de un hombre. Ya no. Algún día dije que una mujer consiguió el trabajo porque tuvo sexo con el jefe. Algún día culpé a otra mujer por el acoso recibido. Ya no.

Algún día comparé mi aspecto con el de las otras mujeres al llegar a una reunión. Algún día maldije el haberme encontrado a otra mujer con el mismo vestido en la misma fiesta. Ya no.

Algún día me dio envidia la vida perfecta de otra mujer, me dio envidia su marido fiel, su casa con jardín y mascota; sus certezas. Ya no. Algún día culpé a una mujer por los golpes que recibió de su marido. Algún día me regocijé en el dolor de otra mujer, porque así sentía que no era yo la única tonta que había elegido mal a su pareja. Ya no.

Algún día seduje o me dejé llevar a la cama por el esposo de otra mujer. Algún día vengué la infidelidad que sufrí yo en el cuerpo de un marido ajeno, sin importarme que junto a él viviera una mujer que sería igual de lastimada que yo. Ya no.

Algún día creí que él vivía en la misma casa que su mujer solo por los niños, pero ya no tenían relaciones sexuales y mucho menos amor. Ya no. Algún día decidí adoptar el papel de víctima cuando en realidad fui la victimaria. Algún día limpié mis culpas siendo amable con aquella misma mujer a quien yo le había causado tanto daño. Ya no.

Algún día me alegré del fracaso matrimonial de otra mujer, me alegré de no ser la única mujer con el corazón roto. Ya no. Algún día me hizo feliz el saber del éxito de otra mujer, pero solo porque ese éxito no era mayor al mío. Ya no.

Algún día me enorgullecí de ser la única mujer en una mesa de negocios. Ya no. Alguna vez me enojé porque llegó otra mujer, más escotada y más entallada, a la mesa de negocios. Ya no.

Alguna vez juzgué el peso, el color de la piel, el peinado, la ropa, los zapatos, el maquillaje de otra mujer. Ya no. Alguna vez me regocijé en mi supuesta superioridad de seducción. Ya no.

Alguna vez insulté a una mujer para recuperar mi autoestima sobre su desgracia. Ya no. Alguna vez acepté el argumento: “Ella no es nadie, no es importante, fue un accidente” para perdonar y soportar el matrimonio. Ya no.

Gozar

Y luego aprendí que, como escribió Virginie Despentes en Teoría King Kong: “Existe una clase de fuerza, que no es ni masculina ni femenina, que impresiona, que enloquece, que da seguridad. Una capacidad de decir que no, de imponer una visión propia de las cosas, de no ocultarse. Me da lo mismo que el héroe lleve falda y tenga dos tetas como melones o que la tenga como un toro y fume puros”.

¿Seguir mirando a las otras mujeres como competencia, en vez de gozar el camino junto a ellas, desde el respeto mutuo y la libertad? Ya no.