Existen dos versiones de Eddie Vedder: uno de ellos es tranquilo, tímido, apenas audible cuando habla, predica el amor y sólo quiere ser amado a cambio.
El otro es torturado por la realidad de la sociedad contemporánea, un amargo realista, un hombre capaz de señalar las injusticias y librar una guerra infernal dentro de sí mismo, debido a su profunda empatía con el orbe.
Nacido el 23 de diciembre de 1964, Edward Louis Severson III ha tenido a bien expandir su carrera artística más allá del reconocido grupo de grunge Pearl Jam, del que es líder y vocalista desde hace más una veintena de años, haciéndose de un lugar como figura pública, política, ambientalista y defensora de los derechos humanos.
Fue en 2007 cuando Vedder lanzó su primer álbum en solitario para la banda sonora de la película Into the wild, de Sean Penn, una verdadera obra maestra de tremenda sensibilidad y dulces melodías, de melancólicos versos que narran perfectamente la historia de lo que ocurre en el filme.
Después, en 2011, se posicionó en el séptimo lugar en la lista de Los diez mejores cantantes de la historia, votada por los lectores de la revista Rolling Stone.
En síntesis: un figurón de las últimas décadas en la escena musical, para no hacerle el cuento largo al lector.
Ese instante
En un ambiente cálido y ventoso, un día de finales de primavera en San Rafael, California, es fácil ver qué versión de Eddie Vedder está tirando canastas a un aro afuera del estudio de grabación donde Pearl Jam termina su segundo álbum.
Se tortura Eddie, pensativo; lo deja ver en esa arruga profunda que lleva siempre entre las cejas.
“Tu turno”, lo llama Jeff Ament, bajista del grupo. Vedder bota el balón, se acerca a la canasta y no encesta.
Se sacude el fallo y mientras la bola va rodando al lado contrario, Ament recupera el balón, vuelve la vista y Vedder ha desaparecido ya: está dentro del estudio.
Su mente está en una nueva canción, Rearviewmirror (Retrovisor).
Es el último día de grabación en el sitio y el destino de la rola cuelga de un hilo.
Es una canción sobre el suicidio… pero ya es demasiado pegajosa.
La elección del estudio parecía perfecta en febrero, cuando la banda decidió grabar el nuevo disco ahí.
Un estudio de grabación casi idílico, situado en las colinas de las afueras de San Francisco, que ofrece privacidad y concentración.
Keith Richards había grabado ahí y su nota de agradecimiento al estudio se enmarca en la pared del salón: “Este es un país hermoso, donde la gente mira hacia el horizonte verde expansivo y dice cosas como George Lucas es dueño de todo a la izquierda”, reza el texto.
Es ahí donde Pearl Jam se enfrenta al reto de dar seguimiento al álbum Ten, primera placa de la banda originaria de Seattle y uno de los discos debut más exitosos en la historia del rock.
Sólo había un problema: el disco Ten de Pearl Jam se coló en la lista de los mejores 500 discos de rock de la historia…
“Odio este lugar”, dice Vedder, de pie en la habitación color azul donde está a punto de cantar.
“¿Cómo hacer un disco de rock aquí?”
Frustrado, reniega con la cabeza, se quita su camiseta negra, incómodo hasta en su propia piel. Pasa un largo momento y por último, el productor Brendan O’Brien le habla por el intercomunicador: “¿Listo para darle a otra toma?”
“Claro”, dice Vedder en voz baja, dándole la espalda al cuarto de control.
Desliza los auriculares a su posición, y durante mucho tiempo el único sonido en la habitación es su pie marcando el ritmo. Un instante, sólo.