CIAO, MAESTRO

Más que una figura musical fue un icono cultural.

Pablo Reyes
Columnas
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Ennio Morricone, uno de los compositores de bandas sonoras más reconocidos en el mundo, falleció el pasado lunes 6 de julio en Italia a los 91 años.

John Zorn lo compara con Bach, Mozart, Debussy, Duke Ellington y Stravinsky, mientras que la Sociedad de Compositores para cine y televisión en Estados Unidos, así como la Academia, lo reconocen como uno de los músicos más prolíficos del siglo XX y XXI.

Las cinco notas de su famosa pieza Llamada de coyote en el filme El bueno, el malo y el feo trascenderán numerosas generaciones, casi tanto como las cuatro notas iniciales de la Quinta Sinfonía de Beethoven o la repetida (“Samba de una…”) sola nota de Jobim: la música de Morricone es atemporal.

Morricone abrazó el elevado lirismo de su herencia italiana y era uno de esos músicos que podían hacer una melodía inolvidable con solo un pequeño puñado de notas. Su meticulosa artesanía y oído para la orquestación, armonía, melodía y ritmo dieron como resultado una música perfectamente equilibrada. Como con todos los compositores de maestría, cada nota estaba ahí por una razón.

Con raíces tanto en la música popular como en la vanguardia, Morricone fue un innovador y superó cada desafío con un nuevo enfoque, conservando una curiosidad y un sentido de asombro casi infantil, en el mejor sentido de esta palabra. Siempre estuvo abierto a probar nuevos sonidos, nuevos instrumentos, nuevas combinaciones, y rara vez utilizaba una idea dos veces.

Méritos

Morricone era un mago del sonido. Tenía una extraña habilidad para combinar instrumentos de manera original. Ocarina, silbidos, ruidos de guitarra eléctrica, gruñidos, electrónica y aullidos en la noche… cualquier cosa era bienvenida si tenía un efecto dramático.

En la década de los sesenta la guitarra eléctrica se había convertido en el centro de su paleta y pudo mezclarla en una variedad de contextos inusuales con un toque dramático.

Su dominio de una amplia gama de géneros e instrumentos lo convirtió en un músico adelantado a su tiempo. Podía explorar técnicas extendidas en una boquilla de trompeta en un contexto de improvisación libre por la mañana, escribir un seductor arreglo de big band para un cantante pop en la tarde y hacer la partitura para una banda sonora de película orquestal hollywoodense por la noche.

Muchos compositores se preguntan si su trabajo seguirá vivo después de que se haya ido, si su contribución será recordada y su música atesorada. Morricone se fue sin haber tenido tales miedos. Su trabajo ha sido más que aceptado: fue vanagloriado. Y logró ese raro equilibrio de ser profundamente influyente tanto para el mundo interior de los músicos como para la sociedad en general. Sus aventuras sonoras se basan en sus propios méritos, tanto en el contexto de las películas que sonorizó como en sus propios términos en la pureza de su música original. Más que una figura musical fue un icono cultural. Fue y será siempre nuestro gran maestro.