CUANDO LOS HUESOS HABLAN (2)

“El santero, al que le decían El Tío, desapareció misteriosamente”.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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Tris llegó a la sala. Primero interrogó a Patricia, quien lloraba desconsoladamente. Ella sabía que los habían sorprendido in fraganti, así que soltó toda la sopa. Samuel no daba crédito a lo que oía: cómo el compañero seducía a las mujeres y las llevaba con engaños a la casa de Ecatepec, las dormía y las descuartizaba vivas; las víctimas no sufrían.

Les quitaba la ropa y luego las violaba. Ahí comenzaba el ritual, que por la descripción que la mujer hizo parecía sacado de una película de horror. Primero las degollaba con una sierra eléctrica, para quitarles la piel, y luego los músculos, que servían de comida a un par de perros de pelea, para después meter los cuerpos destazados en ácido y dejar solo los huesos, que vendían según dijo a un santero cubano que vivía cerca de ahí. Ella no supo dónde, porque de eso se encargaba su compañero.

Después de interrogarla, le tocó el turno a Juan Carlos. Él no mostró ningún arrepentimiento; por el contrarió, se jactó con orgullo de las violaciones y las muertes.

Volteó a ver a Samuel.

—Pinche chaparro, tú ya estás muerto.

Desde que le habían quemado los tanates al pobre de Samuel, se meaba en los pantalones cuando tenía miedo; tuvo miedo de la frase de Juan Carlos.

Tris no pudo esconder su enojo y soltó una afirmación que dejó más que helado al pobre de Samuel:

—Te prometo que ahora que estés dentro del reclusorio te pasará lo mismo, pero con la diferencia de que a ti no te van a dormir: todo te lo van a hacer en tus cinco sentidos.

Miedo

Salió de la habitación y pidió a un oficial que investigara lo del santero cubano que vivía cerca de la casa de Juan Carlos y Patricia. Dieron pronto con el lugar en que radicaba el sujeto, quien había huido al ver todo el despliegue de los medios para el caso.

Una vez más las televisoras avisaron sin querer y el santero, al que le decían El Tío, desapareció misteriosamente.

Tris y Samuel fueron al cuarto del Tío; no estaba ahí pero encontraron un altar dedicado a Obatalá (“el creador de la Tierra”) y a Changó (“el dios del fuego, del rayo y la guerra”). Además un papel medio quemado en una vasija de barro con el nombre de Samuel, lo que hizo que el compañero de Tris se volviera a mear. Junto al altar también había unos huesos de mujer.

Al salir de la derruida casona pasó una pesera que estuvo a punto de atropellar al compañero de Tris. Samuel tenía los pantalones mojados, pero eso no evitó que se volviera a orinar.

Tris al ver la camioneta logró empujar a Samuel salvándole la vida. La pesera se detuvo y el policía alcanzó a bajar al conductor, quien estaba como en estado de trance, hasta que le dio una cachetada y el chofer reaccionó. Solo alcanzó a decir:

—¿Dónde estoy?, ¿qué pasó?

Samuel no daba crédito, no podía ser, no entendía nada de lo que ocurría. Tris acompañó a su compañero a su casa. Vivía en un edificio de departamentos, de seis pisos, por Periférico. Cuando llamó al elevador, este tardó en abrir pero no había cabina. Tris una vez más alcanzó a detener al buen Samuel cuando estaba por entrar en el cubo del elevador. En menos de dos horas estuvo a punto de morir un par de veces, pero su amigo lo salvó.

Subieron por las escaleras, llegaron exhaustos y al abrir la puerta de su departamento, colgado estaba un gato muerto, decapitado. Samuel era muy miedoso, así que a Tristán no le quedó más remedio que llevarlo a su casa con su sobrina para pasar la noche.

Era muy extraño todo lo que sucedía. Y para acabar estaban por celebrar el Día de Muertos.