ENNIO

Las obras musicales para el cine no solo son para acompañar una imagen.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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La música es la manera en como Dios nos habla directo al alma.

Hay tres músicos en la historia del cine contemporáneo que destacaron sobremanera por sus grandes composiciones: Henry Mancini (1924-1994), John Williams (1932) y, por supuesto, el recién fallecido Ennio Morricone (1928-2020).

La música ha jugado un papel fundamental en la historia del cine. Las primeras películas mudas se ambientaban con un pianista que tocaba in situ a la hora de la función.

Cuentan que Abel Gance, el director de Napoleón en 1927, para su presentación usó a una orquesta sinfónica debajo de la pantalla para interpretar la Obertura 1812 de Tchaikovsky. En otra entrega hablaremos más a fondo de esta producción y de su director.

A partir de la primera cinta sonora, The jazz singer, con Al Jolson, en ese mismo año de 1927, el cine contó con un instrumento digno por sí solo de culto.

Quién no recuerda el tema de La pantera rosa; o el de Tiburón; o la secuencia final de Los intocables. Estos tres grandes han hecho que el significado de la música en el cine ocupe un lugar preponderante.

Ennio compuso piezas para más de 500 obras, entre las que destacan Por un puñado de dólares (1964); El bueno, el malo y el feo (1966), de su amigo de la infancia, Sergio Leone; Érase una vez en América (1984); La misión (1986); Los intocables (1987); Cinema Paradiso (1988) y, por supuesto, Los ocho más odiados (2015), de Quentin Tarantino.

Tenía una premisa muy cierta: las obras musicales para el cine no solo son para acompañar una imagen sino que ellas solas deben crearlas.

Morricone logró que la música hablara su propio lenguaje. Descanse en paz.

La misión

Tris gustaba de escuchar el disco de su padre, La misión. Lo relajaba sobremanera. En especial después de un día pesado, como esa tarde. Un joven entró a la iglesia de La Sagrada Familia y amagó al párroco Gonzalo Rosas. Lo tiró al piso y soltó una ráfaga con su ametralladora semiautomática matando a unos 15 feligreses que se encontraban en misa.

Entre los muertos estaba su amigo de la infancia, Manolo Abascal, con quien trabajó de joven el policía. El cura no daba crédito.

Cuando Tris llegó vio que el muchacho estaba desorbitado; le pidió que bajara el arma; el joven no hizo caso; los cuerpos de sus víctimas chorreaban sangre por todos lados y el asesino pasaba por un charco cuando resbaló.

Tris aprovechó el momento, desenfundó su pistola.

—¿Estás seguro que lo quieres hacer? —preguntó el detective.

El muchacho levantó la Uzzi justo en el momento en que Tris accionó su arma. Un tiro certero en medio de los ojos. Al terminar el día regresó a su casa y puso el disco.