Quizás usted ya está cansado. Si así es, no se preocupe. Es como la mayoría de los mexicanos e incluso quienes viven en el sur de Estados Unidos. Sin embargo, la avalancha de spots de propaganda no ha terminado. Todavía tendremos que aguantar lo peor hasta que tengan lugar las elecciones del próximo 7 de junio.
La magnitud del bombardeo de spots es extraordinaria. Tan solo en las precampañas, de enero al 18 de febrero los ciudadanos fuimos sometidos a seis millones 700 mil spots de propaganda. En la llamada intercampaña, que se supone debería ser un momento de tregua a los ciudadanos entre el 19 de febrero y el 4 de abril, se emitieron seis millones 65 mil.
Ahora estamos ya en plena campaña federal, desde el pasado 5 de abril, y somos sometidos a 13 millones 798 mil anuncios de propaganda. Una vez que se suman estas cifras el resultado es de 26 millones 591 mil spots de propaganda en 2015. Con razón estamos saturados.
Lo más absurdo del caso es que el cambio de reglas de la reforma electoral de 2007, y que llevó a la confiscación sin compensación de 30 minutos diarios de tiempo de las emisoras de radio y televisión de las seis de la mañana a las doce de la noche, se justificó como una medida para evitar la espotización de las elecciones. El resultado, sin embargo, ha sido convertir el spot en la forma de comunicación más importante de las campañas políticas. El debate político del país se ha limitado a lo que se pueda ventilar en un anuncio de 30 segundos.
Desprestigio
Nadie sabe a ciencia cierta cuáles serán las consecuencias de esta avalancha de spots. La enorme mayoría ni siquiera genera ya atención de los ciudadanos, que los toman como simple ruido de fondo. Algunos anuncios, sin embargo, sí parecen ser eficaces.
El Partido Verde logró incrementar su intención de voto por difundir anuncios que sí eran concretos y se atribuían algunas políticas gubernamentales. La agrupación, sin embargo, ha sido sancionada una y otra vez.
Otra de las campañas que ha tenido éxito es la de Andrés Manuel López Obrador, quien ha convertido todos los espacios de Morena, su nuevo partido, en un vehículo de promoción personal adelantada para la campaña presidencial de 2018.
Entre los perdedores están las emisoras de radio y televisión de nuestro país, que han tenido que ceder sin compensación un tiempo enorme en el que la reiteración de mensajes políticos agrede a sus públicos. Particularmente afectadas son las emisoras fronterizas que compiten, con programación en español y en inglés, con emisoras en Estados Unidos que no tienen que cargar con este gran lastre.
La verdad es que el sistema político mexicano se está desacreditando a sí mismo. Los políticos que aprobaron la reforma electoral de 2007, y que la profundizaron en 2014, buscaban vengarse de las emisoras de radio y televisión por las críticas que estas les dirigían. Recuerdo a una importante líder del PRI que me decía que las televisoras eran las culpables de que los políticos en México fueran impopulares.
Pero después de sufrir las lluvias de spots de propaganda la reputación de los políticos mexicanos, lejos de fortalecerse, se ha debilitado todavía más. Poco ha importado que las leyes prohibieran la calumnia y la denostación en los anuncios políticos. El desprestigio de los políticos crece cada vez más a pesar de la avalancha de anuncios que pretendería que tuviéramos una mejor opinión de ellos.