La muerte de Noé Hernández, el marchista mexicano que ganó una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sydney en 2000, tiene lecciones para todos.
Una de ellas tiene que ver con su propia vida.
Hernández, hombre de origen humilde, alcanzó fama muy joven como deportista y quizá dedicó después demasiado tiempo a la fiesta, como él mismo lo reconoció.
Si no hubiera estado en un bar de Los Reyes La Paz en la madrugada del 30 de diciembre, no habría sido alcanzado por esa bala que le hizo perder un ojo y afectó la masa cerebral.
El infarto que sufrió dos semanas después estaba indudablemente relacionado con ese traumatismo y con las intervenciones quirúrgicas que sufrió.
Todo parece indicar que Hernández no era el objetivo de los sicarios que irrumpieron en el bar La Reina de Los Reyes esa madrugada.
Sin embargo, si no hubiera sido él quien era, su muerte habría quedado en los medios de comunicación como una simple estadística en la gran oleada de homicidios que ha agobiado a nuestro país.
Sabiendo cómo se las gastan nuestras autoridades, es probable que las investigaciones sobre su muerte se hubiesen limitado a una declaración de que seguramente se trataba de un miembro del crimen organizado.
Esta es la manera en que las autoridades mexicanas eluden la responsabilidad de investigar los homicidios.
Como era un héroe para muchos, las autoridades han tenido que darle al homicidio de Noé un trato diferente.
A los mexicanos, por otra parte, su muerte nos permite identificarnos con una víctima más de las decenas de miles en el país.
Podemos sentir el dolor de su familia y particularmente de sus hijos.
Podemos ver también el deseo que mostró de vivir y de salir adelante cuando, a pesar de perder el ojo izquierdo, parecía que viviría después de la agresión.
Un caso
La muerte de uno de los mejores marchistas de nuestra historia nos recuerda la fragilidad de la vida humana.
Al año, casi 20 mil mexicanos salen de sus casas en la mañana sin poder regresar a ellas por la noche debido a que son víctimas de homicidios.
Y cada vez es más claro que no se trata solamente de delincuentes.
El caso de Noé Hernández viene a ratificar la importancia de un cambio en la estrategia de combate a la inseguridad que ha impulsado el presidente Enrique Peña Nieto en su aún joven mandato.
Al anunciar sus objetivos en esta materia, señaló que concentraría los esfuerzos en los delitos con víctima: el secuestro, la extorsión y el homicidio, entre otros.
No lo dijo explícitamente, pero puede inferirse que los delitos contra la salud no tendrán una importancia tan grande en su agenda de seguridad.
Hay mucha razón en este cambio de táctica.
Los delitos contra la salud no tienen más víctima que la propia persona que decide voluntariamente utilizar alguna sustancia ilícita.
En cambio, un homicidio tiene no una sino varias víctimas.
Noé fue un deportista que hizo vibrar los corazones de los mexicanos en 2000 al conquistar una medalla de plata en Juegos Olímpicos.
Pero las lecciones que nos deja con su muerte son más profundas y más emocionales.