NI MIEDO NI IGNORANCIA

Hay soluciones que pueden ser peores que la enfermedad.

Sergio Sarmiento
Columnas
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No, no se trata de pedir subsidios para las empresas. Los rescates son perversos y terminan usualmente en actos de corrupción o debilitamiento de la economía. Como no es posible rescatar a todas en una crisis, se benefician solo las más cercanas al poder. Las crisis, por otra parte, tienen la función de limpiar el mercado. Rescatar a las firmas más golpeadas es una forma de atacar a las más fuertes, las más capacitadas para sobrevivir.

Una cosa es no pedir subsidios, sin embargo, y la otra permanecer indiferentes ante la destrucción por ignorancia de las empresas productivas. En estos tiempos del coronavirus necesitamos estrategias inteligentes porque los políticos, ya sea por dolo o por ignorancia, toman medidas que no tienen beneficios sanitarios, pero sí destruyen empresas, empleos y prosperidad.

El SARS-CoV-2 no es la invención perversa de una conspiración extravagante. Es un nuevo coronavirus con una velocidad vertiginosa de contagio y la capacidad de matar a millones de personas. Las políticas públicas no pueden detener la propagación, pero sí esparcirla para dar una mayor oportunidad a los médicos y hospitales de salvar vidas.

Hay soluciones, sin embargo, que pueden ser peores que la enfermedad. Los políticos aprovechan con frecuencia el miedo de la gente para presentarse como los salvadores del pueblo. Muchas de las medidas de auxilio que aplican, no obstante, terminan siendo peores que la enfermedad.

Las pandemias generan el temor irracional a lo extraño y a los extranjeros. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo aprovecha al llamar al SARS-CoV-2 el “virus chino” y provocar ataques racistas a personas de origen asiático. La respuesta china, con la versión de que el coronavirus lo desarrolló Estados Unidos para atacar a China, es igualmente infundada. Tristemente la ignorancia hace que mucha gente caiga en estas trampas.

Extremos

Nicola Zingaretti, presidente de la región italiana de Lazio, brindó públicamente con amigos el 27 de febrero en un desplante de desprecio al COVID-19, pero semanas después él mismo se contagió. Este extremo fue seguido por otro, cuando el gobierno italiano decretó un confinamiento obligatorio para todo el país, el cual ha tenido un costo económico inmenso y afecta particularmente a los más pobres.

En México el presidente López Obrador despreció los llamados de su propio gobierno para mantener la sana distancia y realizó giras de trabajo dando abrazos y besos a niñas pequeñas. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, mantuvo el festival Vive Latino, que reunió a 70 mil personas el 14 y 15 de marzo, sin ninguna distancia entre ellos, en un momento en que ya era clara la necesidad de separación. De ahí hemos pasado, sin embargo, a una orden de cerrar negocios que el gobierno considera no esenciales, aunque no generen realmente riesgos a la salud.

El miedo es tan mal consejero como la ignorancia. Por eso las sociedades deben tomar medidas que han demostrado ser eficaces para contener la propagación, pero sin afectar la economía más que en casos estrictamente necesarios. Cancelar conciertos tiene sentido pero no cerrar siderúrgicas, construcciones o plantas de cerveza que con medidas relativamente sencillas pueden evitar contagios.

A las pandemias hay que conocerlas y afortunadamente la ciencia ha avanzado lo suficiente como para permitirnos entender su funcionamiento. No podemos contenerlas, pero sí disminuir su propagación. No les tengamos miedo irracional, pero tampoco actuemos ante ellas con ignorancia.