EDUCACIÓN, EDUCACIÓN

“Nuestros políticos no creen en la movilidad social”.

Sergio Sarmeiendo
Columnas
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Para el laborista Tony Blair, quien asumió el cargo de primer ministro del Reino Unido en 1997 tras 18 años de gobiernos conservadores, los objetivos de un régimen de izquierda eran muy precisos. Los declaró en un discurso en la Universidad de Southampton: “Nuestra principal prioridad era, y siempre será, educación, educación, educación”. Solo la instrucción, dijo, puede “desarrollar los talentos y elevar las ambiciones de todos nuestros jóvenes”.

Blair entendía y aplaudía las aspiraciones de quienes han nacido en familias marginadas y entienden que la educación es el mejor camino para prosperar. Era un verdadero político de izquierda, conocedor de la situación de los pobres y comprometido con la mejora de la calidad de la educación. Es notable el contraste con nuestros políticos actuales, quienes afirman que las clases medias son “aspiracionistas y sin escrúpulos” y que el “aspiracionismo” solo produce infelicidad.

Si Blair buscaba construir un sistema educativo que permitiera combatir la pobreza y construir prosperidad, en el México de hoy se opta por uno que tiene objetivos de adoctrinamiento político y que cuida los privilegios no de los estudiantes sino de los sindicatos. En el nuevo modelo mexicano de educación el niño ya no está en el centro de la instrucción; este lugar lo ocupa ahora el colectivo, la comunidad, que son más importantes que los derechos y aspiraciones de un simple individuo.

Inhumano

Este cambio no lo han impulsado los titulares de la Secretaría de Educación Pública (SEP), la institución forjada por José Vasconcelos hace un siglo para construir un sistema nacional de instrucción que escapara a la negligencia y el abandono de los gobernadores y generales posrevolucionarios. La maestra Leticia Ramírez Amaya puede ser la mayor especialista del mundo en educación, pero de poco servirán sus esfuerzos, y su reconocida honestidad personal, si el futuro de la educación permanece en manos de ideólogos como Luciano Concheiro, el subsecretario de Educación Superior que afirma que México debe llegar a tener un gobierno comunista, o Marx Arriaga, el director de Materiales Educativos, que ha sido el verdadero arquitecto del nuevo modelo educativo. Arriaga lleva en su nombre de pila, Marx, su visión ideológica. Asevera que el modelo educativo actual debe ser erradicado porque promueve el neoliberalismo y se utiliza como “moneda de cambio” para la “legitimación de la diferencia, del clasismo y de la supuesta movilidad social”.

Uno pensaría que promover la “movilidad social” es positivo en un país con tanta pobreza como el nuestro. Es lo que proponía Blair en el Reino Unido, con la convicción de que solo la educación permitiría a los marginados pasar a formar parte de la clase media. Pero nuestros políticos no creen en la movilidad social. Lo dijo Yeidckol Polevnsky, quien fue presidenta de Morena: “Cuando sacas a la gente de la pobreza… se les olvida de dónde vienen”.

Arriaga pretende, con su nuevo modelo educativo, eliminar la posibilidad de que los marginados puedan escapar de la pobreza e ingresar a las clases medias aspiracionales: “Podría señalar”, ha dicho, “centenares de problemas sociales que el modelo neoliberal, meditiocrático, conductista, punitivo, patriarcal, racista, competencial eurocéntrico, colonial, inhumano y clasista ha generado”. Con su modelo quiere que los pobres dejen de esforzarse para superar la pobreza. Quizá sea políticamente conveniente, pero es fundamentalmente inhumano.